La institucionalidad venezolana dio el domingo una muestra más de su debilidad. A ese estado de cosas, lo menos que se puede llamar es democracia.
Ese día debía llevarse a efecto la renovación de autoridades en la Asamblea Nacional. El presidente legítimo del ente parlamentario y quien el 23 de enero de 2019 se autoproclamó presidente interino, Juan Guaidó, tenía los votos suficientes para lograr su reelección legislativa.
Pero la maquinaria chavista que opera en la Venezuela de Nicolás Maduro dio un golpe parlamentario.
A Juan Guaidó, por la fuerza, le impidieron entrar al hemiciclo donde funciona la Asamblea.
Mientras a los partidarios de Guaidó tampoco los dejaban entrar, un diputado opositor, con los votos del oficialismo, se instaló en la presidencia del vapuleado ente legislativo.
La operación golpista es bien conocida. En Ecuador en 2007, en pleno auge de popularidad, el correísmo hizo algo parecido. Con la Policía y grupos de choque gobiernistas no dejaron entrar a los legisladores que conformaban el Congreso y después de una maniobra sombría posesionaron a los diputados alternos en el episodio conocido de ‘los manteles’.
En Caracas, cuando Parra cumplía el plan articulado por Nicolás Maduro y sus partidarios, Guaidó se juntó con los asambleístas que lo apoyan y en el diario El Nacional lo reeligieron como presidente de la Asamblea.
Toda una curiosidad. Un país desbaratado, sin dinero, con hiperinflación, sin trabajo, con la reserva internacional en picada y sin democracia ni libertad, pero eso sí, con dos presidentes de la República Bolivariana: Nicolás Maduro y Juan Guaidó y con dos presidentes de la Asamblea Nacional: Juan Guaidó y Luis Parra.
La mayoría de países del continente no aprueba el nuevo sainete montado por el chavismo.
Pero aunque Juan Guaidó fue reconocido por más de 40 países como presidente interino, en la práctica no puede ejercer su poder y la crisis sigue cavando un pozo cada vez más hondo. En Venezuela gobierna Maduro (¿desgobierna?). Una democracia fallida afecta a su pueblo.