Nunca antes en la historia reciente, una crisis sanitaria o de otra índole causó tanto daño a tanta gente.
La tragedia humana del coronavirus se agrava por la recesión mundial y sus impactos en todo el planeta. Para el Ecuador, la situación es de proporciones nunca antes vistas.
El país dolarizado se nutre de divisas de cuatro fuentes: exportaciones (petróleo, banano, camarón, atún, flores, etc.), remesas, créditos foráneos e inversión extranjera.
En lo interno, los impuestos ayudan a completar el presupuesto. Ese tablero se desbarató totalmente. El presupuesto, con esas premisas, es una entelequia, se esfumó.
El petróleo, cuyo precio internacional venía en picada, ayer llegó a valores negativos. Un escenario que no se ha visto en la historia mundial.
Las remesas de los ecuatorianos en el exterior, que sostuvieron por años la economía, están en soletas. Estados Unidos, España e Italia son los países donde vive el mayor número de quienes decidieron probar suerte tras sucesivas crisis internas.
La propuesta urgente del Gobierno enviada a la Asamblea busca formar un fondo humanitario. Lo hace con más contribuciones de empleados y empresas grandes. Estos sectores se oponen por distintas razones.
Los bloques políticos de la Asamblea Nacional -excepto los que tienen el libreto del caos político- están obligados a dar salidas oportunas y en unos plazos perentorios.
El tiempo que dure el tratamiento en el Legislativo, su estudio por el Ejecutivo y su publicación en el Registro Oficial es muy valioso.
La economía nacional no aguanta ni unos pocos días. La crisis puede alcanzar proporciones inimaginables.
Es la hora de la unidad de toda la nación y de una conciencia colectiva, para superar con disciplina y sacrificio la emergencia sanitaria.
Pero también para evitar el crecimiento de subempleados y desempleados y para levantar la producción, con enormes cesiones y una austeridad ejemplar. Todos: trabajadores, empresarios y Estado estamos en este mismo barco. La nave va a la deriva.