Nada hace presagiar un fin rápido, y menos pacífico, de la grave crisis que pone a Ucrania en máximo grado de tensión.
Meses de protestas populares y presión internacional solo mostraron una parte de una situación que se creía conjurada con la caída del Régimen hiperpresidencialista. Como telón de fondo aparecían, entonces, los forcejeos entre Rusia y la Unión Europea por cautivar el favor de Ucrania. Aspectos militares geoestratégicos y económicos hacían divisar su importancia crucial.
Semanas después, la presión rusa se decantó en un referendo que desmembró a Crimea de Ucrania. Una península clave por su situación naval en un lugar que funciona como émbolo de Europa y Asia y donde lo militar, lo comercial y lo petrolero son aspectos delicados.
Rusia busca que Ucrania se incline a su lado. La evidente presión se observa en significativos conglomerados ucranianos prorrusos. Occidente se puso en alerta. A la primera señal de presiones económicas a los dirigentes rusos siguió el ajuste de tuerca del presidente Barack Obama, que se anunció ayer luego de las tensas conversaciones telefónicas del sábado entre el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y el secretario de Estado de EE.UU., John Kerry.
Por ahora los movimientos de tropas rusas han cesado -acaso temporalmente- pero el atentado criminal contra el Alcalde de la ciudad ucraniana de Járkov no hace sino ensuciar el panorama.
Ucrania es ahora la niña de los ojos de Rusia y de Occidente.