Liz Truss aparecía como una nueva Margaret Thatcher. Mujer, conservadora, férrea. Tenía ideas claras para afrontar la crisis que vive el Reino Unido. Y llegaba tras la salida del excéntrico Boris Johnson, quien, como ella, dejó el cargo al perder el apoyo de los conservadores, también conocidos como los ‘tories’. Pero jamás, en la larga tradición democrática de este país, alguien ocupó tan poco tiempo las oficinas del inmueble número 10 de Downing Street.
Llegaba a ser Primera Ministra con un ambicioso plan económico con su ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, que se denominó “minipresupuesto” y que contemplaba recortes fiscales de miles de millones de libras esterlinas en proyectos que no tenían financiación. Suponía la conservadora que esto dinamizaría una economía maltrecha, con una inflación galopante del 10%. Creía también que alentaría al sector financiero.
Fue todo lo contrario. Nada hay más nervioso -reza el dicho- que un millón de dólares, aunque en este caso se deba hablar de libras esterlinas. La City, así denominado el distrito financiero londinense, entró en pánico y la moneda cayó a niveles históricos respecto a la estadounidense. Cada libra equivale a USD 1,035 y los préstamos se encarecieron. Perdió la confianza de los miembros de su partido y colocaron en su lugar a Rishi Sunak.
Tan solo 44 días al frente de un país, poca autocrítica puede hacer un exgobernante, pero Truss y Kwarteng coincidieron con las mismas palabras: “Fuimos demasiado lejos, demasiado rápido”. Son palabras profundas, una verdadera lección moral para los gobernantes, que deben entender los tiempos, los contextos. El mundo exige cambios, pero estos, si bien deben ser firmes, requieren también de la prudencia. Luego de las crisis material y espiritual que dejó la pandemia, los escenarios inciertos a futuro, cualquier medida extrema añadiría un factor traumatizante más en la sociedad. Quizá los radicalismos no sean apropiados para este momento, aunque también haya parte de una población que demanda cambios inmediatos y de fondo, sin tomar en cuenta que hay necesidades serias y difíciles de satisfacer.