Poco tiempo duraron los buenos deseos de paz expresados en el Vaticano por los presidentes de Palestina e Israel.
Cuando la ausencia de hostilidades es tan precaria, no cabe dejar su eventual ruptura a ‘accidentes’ o a actos no premeditados de civiles o militares.
Hace unos días se llegó a un compromiso por la paz. Pero días después de esa voluntad de transitar nuevamente por el camino de los acuerdos para alcanzar el respeto mutuo, la violencia volvió y ya pasó una factura sangrienta.
Lo último, tras la muerte de jóvenes civiles de ambos pueblos, son los ataques con bombardeos y cohetes. Israel sostiene que los misiles contra ellos parten de la Franja de Gaza (una zona palestina).
Los contraataques, según el Ejército hebreo, han sido selectivos a sitios donde están militantes terroristas antisionistas.
El grupo Hamas atribuye el lanzamiento de cohetes a Israel. La tecnología ha permitido interceptar y destruir varios de esos misiles en el aire, pero la mesa otra vez está servida para la violencia y no para la paz deseada.
Palestina e Israel son dos pueblos que conviven en un mismo territorio. Hay fronteras que deben ser reconocidas y otro aspecto clave es el respeto a la institucionalidad de cada Estado.
Pesan los fundamentalismos. Al Fatah tiene que lidiar con el opositor interno radical de Hamas y el apoyo externo de los terroristas de Hezbolá.
En Israel los radicales no quieren reconocer a Palestina. Un acuerdo final es indispensable para evitar más muertes.