La alerta está encendida para uno de los símbolos más poderosos de identidad ecuatoriana de un pueblo ancestral.
Los tejidos de Otavalo llevan la marca Ecuador a muchos destinos. Miles de comerciantes han pisado diferentes ciudades de Europa con los coloridos y tradiciones del pueblo Otavalo y sus comunidades aledañas. Igual cosa sucede en varios sitios de Estados Unidos, Venezuela, México o Colombia.
Pero algo pasa adentro de los telares que no solo han sido motor de la economía de la zona sino una tradición que hace perdurar los conocimientos trasfundidos de generación en generación y que son una indudable huella de identidad. Hay 14 000 artesanos en Otavalo pero en los dos últimos años se han cerrado 60 talleres de bordados y tejidos. La calidad de la materia prima es única, pero como presentamos en el reportaje ayer, una cobija de oveja pura vale mucho más que una sintética.
La Plaza de Ponchos ha sido clave como muestrario de estos tejidos típicos y su feria, junto al mercado de animales, han constituido paso obligado de miles de turistas de distintas partes del mundo por Otavalo.
Hoy la Plaza de Ponchos ya no tiene solo sombreros de paja toquilla o fieltro elaborados por los artesanos, ya no exhibe solamente bufandas o cobijas, ponchos y manteles con sabor auténtico sino que los diseños que vienen del Perú y estampados oriundos de la China inundan la plaza.
Aquí hay un problema de identidad pero también de producción. La economía de escala gana la partida y rompe la frontera global. Además, nuestros productos son más costosos por la dolarización, por ejemplo, que aquellos tejidos que se traen de Perú o Bolivia y un turista afuereño no distingue su autenticidad.
Esta realidad, que ha ido penetrando paulatinamente en los últimos 15 años amenaza con atenuar las competencias y habilidades de nuestros artesanos y reducir esta fabricación a unas pocas familias. Para que la globalización no nos pase por encima los gremios de tejedores deben renacer y volver a cultivar ese valor típico y nuestro para el mundo.