Junto con el despertar de la “Primavera Árabe” que acabó con regímenes autoritarios en Egipto y Libia, varios países de Oriente Próximo se sacudieron por protestas sociales. Un año después de iniciadas las revueltas en Siria, el régimen tiránico de Bashar el Asad impone su brazo de hierro.
Los manifestantes callejeros se vieron impotentes ante la brutal represión de la dictadura. Muchos optaron por la vía armada en grupos rebeles para derrocar al tirano.
El Gobierno acusa de la revuelta a fuerzas extranjeras y busca aliados. Los consigue. Cuando el Consejo de Seguridad de la ONU votó hace un par de semanas para que el Presidente abandonara el poder, las dos potencias emergentes China y Rusia se opusieron. Analistas occidentales atribuyeron el veto a conveniencias geopolíticas y hasta a negocios de armas. Ahora el Ministerio de Relaciones Exteriores chino pide un diálogo inclusivo y sin condiciones como una salida a la crisis. Ecuador ha cambiado su voto de la oposición a la abstención.
Bashar el Asad está en el poder como una suerte de herencia de su padre. Hace 12 años fue candidato único y ganó. Como acostumbran los caudillos, buscó legitimarse con un referéndum que la oposición cuestionó por falta de limpieza. Claro, lo ganó.
Los cercos a las ciudades rebeldes como Homs se han vuelto cada vez más violentos. Es difícil la evacuación de heridos. Varios reporteros de guerra han sido víctimas, dos murieron. Los demás, desde sus temporales refugios, emiten narraciones descarnadas. La Internet y el YouTube han sido los medios para comunicar al mundo la magnitud de la lucha fratricida, Mientras, las patrullas gobiernistas peinan las zonas destruidas. Miles de personas escapan hacia Líbano: un éxodo en busca de paz.