Cuando los ingleses llegan al Cono Sur de América traen bancos, ferrocarriles y el fútbol. Los obreros que llegaban en los barcos desde el Reino Unido jugaban y los lugareños aprendían sobre los encantos que genera un balón corriendo por el piso. Poco a poco, la magia se extendió por todo el continente. Los argentinos y uruguayos rápidamente dominaron (superaron a sus maestros). En Brasil, el mestizaje hizo aún más hermoso el juego y en el resto de países el desarrollo fue más lento, pero llegó.
En Ecuador, porque el balón corre por donde quiera o por donde lo traten mejor, halló cultores en zonas olvidadas por los políticos; el fútbol era una alegría para enfrentar la tristeza que genera la pobreza. En esas tierras de Esmeraldas, Imbabura, Guayas, Sucumbíos nacieron los Hurtado, Aguinaga, Benítez, Delgado, Tenorio, De la Cruz, Ayoví, Valencia, Méndez, Reasco… y tantos nombres que se pueden nombrar que son leyenda y que lograron algo que va más allá de clasificaciones a Mundiales: repensarnos como un país unido.
Durante la primera calificación a Corea-Japón 2002, se debatió -en las esferas intelectuales- si se puede atribuir a un equipo de fútbol un mérito que la clase política no había logrado. La Selección contribuyó a reafirmar los puntos de encuentro que tenemos como nación y, de cierta manera, también promovió el pensamiento de reconocer la plurinacionalidad en unidad: somos diferentes en un solo país. Es difícil reconocerle al fútbol tanto poder, pero se percibió así. Y dada la euforia de hoy, 20 años después de la primera clasificación, parecería que vestir la camiseta amarilla recobra tanto sentido, ahora mismo que la situación en Ecuador pinta compleja por la situación social y económica.
El fútbol es mágico. Tiene el don de paralizar a una parte del país. Ayuda a contar historias; ayudó a que esos pueblos olvidados de donde eran oriundas las estrellas que nos llevaron a un Mundial tengan algo de recursos. Pero la magia es efímera, cuando los reflectores se apagan, la atención puede desaparecer.
El reto es no olvidar a aquellos que nos dieron alegría.