El presidente Barack Obama logró generar una sensación de alivio en su país al anunciar el retiro de las tropas de Afganistán. La retirada será paulatina y puede todavía ser tensa y hasta dejar su huella sangrienta por reacciones extremistas.
Hace 11 años, el pánico cundía. El atentado terrorista que causó el mayor número de víctimas en la historia de los EE.UU. se consumó. Los ataques a las Torres Gemelas en Nueva York, al Pentágono en Washington D.C. (el símbolo del poder militar) y a una aeronave en pleno vuelo pusieron al mundo con los pelos de punta.
La reacción del gobierno de George W. Bush fue emprender una lucha sin cuartel contra el terrorismo. Las fuertes medidas de seguridad en los aeropuertos, los códigos secretos y cuidados extremos, que acaso no se afinaron antes, se disparaban.
La medida fue acompañada de una decisión militar radical: el envío de tropas a Afganistán y el asocio con los gobiernos aliados para capturar a Osama bin Laden, quien se atribuyó, a nombre de Al Qaeda, el monstruoso atentado. A la vez, se autorizó una invasión a Iraq que terminó con la muerte de Saddam Hussein.
Diez años de fallida persecución tuvieron su epílogo con la muerte del cabecilla terrorista, pero la operación militar costó millones y dejó a soldados muertos y familias lastimadas, así como una alta factura política que el Presidente demócrata no estaba dispuesto a asumir. Menos después de la crisis económica y las tensiones en salud pública que ya le provocaron un tropezón en las elecciones de medio tiempo y que son factores que se acumulan a la hora de hacer las cuentas para su campaña de reelección que ya está en marcha. Queda pendiente la evaluación de los resultados de la medida en el ámbito interno y a escala mundial.