La evolución de la pandemia en el país y el mundo marca tiempos diferentes, y cada conglomerado tiene su propia realidad particular.
Más de cinco meses de confinamiento, restricciones y controles rigurosos de las fuerzas de seguridad se van agotando. Al principio la restricción de salir de casa fue imprescindible para precautelar la salud.
Lo mismo ocurría en la China que en Europa, y allá donde no hubo confinamiento los datos arrojaron contagios masivos y muchas muertes.
Una evidencia de los tiempos que corren es la destrucción de gran parte del tejido productivo. La contracción económica en la que ha caído América Latina muestra sus números rojos también en Ecuador.
La pérdida de empleos, luego de las vidas perdidas en este desigual combate, es la factura social dura en todas partes. Ecuador no es la excepción.
La implantación de semáforos con sus variables, las restricciones por el número terminal de la placa, el control de aforos y la suplantación de las actividades normales han sido suplidas en parte por el teletrabajo.
Pero es obvio que no toda la producción se puede hacer con comando a distancia ni desde casa.
La precaución en el transporte, para evitar enojosas y peligrosas aglomeraciones, parece haber dado resultado. Las cifras van cediendo y el mapa puede cambiar.
Por esa razón es que el país debe estar preparado para un nuevo momento que tarde o temprano sobrevendrá. La posibilidad del estado de excepción se va agotando. Los locales cerrados están llevando a la gente a la bancarrota y hay que levantarse y reanimar la producción.
La normalización nos debe encontrar protegidos en cuanto a reglas de higiene, uso de mascarillas y lavado de manos, ya sin el control de soldados y policías que se han entregado sin descanso a la tarea.
Llega el momento de la corresponsabilidad personal y de las autoridades; de las precauciones para no cambiar la tendencia de contagios, para proteger con nuestra actitud a la familia y a la salud pero levantar la economía familiar y nacional.