Una moneda común Latinoamericana o Sudamericana es un debate que resucitó estos días en la región. Los presidentes de Brasil, Argentina y Venezuela se mostraron a favor de la propuesta, mientras que el mexicano, Andrés Manuel López Obrador, descartó que su nación se sume a esta iniciativa.
López Obrador dijo que su economía debe seguir manteniendo como referencia al dólar. Mientras que para Lula la idea debe ser probada y no se debe “seguir haciendo lo mismo que hacíamos en el siglo XX”.
“No sabemos cómo podría funcionar una moneda común entre Argentina y Brasil, y tampoco sabemos cómo funcionaría una moneda común en la región, pero lo que sí sabemos es cómo funcionan las economías dependiendo de monedas extranjeras, y sí sabemos lo nocivo de todo eso”, expresó el mandatrio argentino, Alberto Fernández Fernández.
El resto de presidentes de Latinoamérica no han emitido ningún pronunciamiento. Hay varias razones para su silencio. La más importante es la conveniencia.
Es decir, saber qué tanto puede aportar una moneda latinoamericana al desarrollo local, control de la inflación, crecimiento de las exportaciones de cada país…
Además, que tan duradero puede ser en el tiempo este proyecto considerando que la región va al vaiven -entre izquierda y derecha-, cada cuatro o cinco años. Lo hace en función de que estas tendencias políticas no han podido solventar las problemáticas más graves de esta parte del mundo.
Otra razón para el silencio -y no menos relevante- es que la aplicación de un sistema monetario único implica muchos desafíos en la política monetaria. Hablamos desde la creación de estamentos supranacionales de control, planificación y ejecución hasta ponerse de acuerdo si es necesario devaluar o no cuando se presenten shocks externos.
Ahora, por citar un ejemplo, los países cuando se registran eventualidades internacionales recurren a las devaluaciones para no dejar de vender en el extranjero.
En cambio, Ecuador solo puede recurrir a la calidad para competir.
Pero esa restricción, que obliga la dolarización, ha permitido que las personas puedan planficar en el tiempo, que no exista una elevada inflación y que los gobiernos de turno no incurran en las emisiones inorgánicas de dinero.
La región no se puede comparar con la Unión Europea donde, pese a todos los controles, han ocurrido crisis como la ocurrida con Grecia.