En las últimas semanas, Quito ha sido testigo de una alarmante serie de incendios forestales que han devastado vastas áreas de vegetación y han puesto en riesgo la vida de sus habitantes. Según las autoridades, el 99 % de estos incendios son provocados, una cifra que debería encender las alarmas de todos los ciudadanos. Hasta la última semana, se han registrado más de 355 incendios forestales en la capital ecuatoriana, una situación que no solo afecta al medioambiente, sino también a la salud y seguridad de la población.
La Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos ha informado que desde el 1 de enero de 2024, 19 provincias, 122 cantones y 451 parroquias se han visto afectadas por un total de 1 994 incendios forestales en todo el país. En Quito, la situación es particularmente grave, con emergencias registradas en áreas como Pifo y Nayón, donde el Cuerpo de Bomberos ha tenido que desplegar todos sus recursos para controlar las llamas.
Es imperativo que los ciudadanos de Quito y de todo Ecuador tomen conciencia de la gravedad de esta situación. La mayoría de estos incendios son provocados por actividades humanas, ya sea de manera intencional o por negligencia. La quema agrícola y la incineración de desechos son las principales causas, representando el 62 % y el 25 % de los incendios respectivamente.
La indolencia y la falta de responsabilidad de algunos ciudadanos están llevando a la destrucción de ecosistemas enteros, afectando la biodiversidad y contribuyendo al cambio climático. Además, los incendios forestales han generado ya una espesa capa de humo que cubre la ciudad, afectando la calidad del aire y la salud de sus habitantes.
La situación en Quito es crítica, pero no es irreversible. Con la colaboración de todos los ciudadanos y el apoyo de las autoridades, es posible prevenir futuros incendios y proteger nuestro medioambiente. No se puede permitir que la indolencia y la irresponsabilidad sigan destruyendo bosques y poniendo en riesgo vidas.
El problema es que la misma ciudadanía sea indolente ante la situación y no exija a las autoridades campañas de educación y concienciación, endurecimiento de sanciones y una actualización de la legislación. Asimismo, por el otro lado, comunidades como las de Nayón ya han dado muestras del involucramiento activo en emergencias. Ese mismo ejemplo debe darse en la prevención de incendios. Esto incluye la creación de brigadas comunitarias de vigilancia y la promoción de prácticas agrícolas sostenibles que no impliquen la quema de vegetación.
Además, se necesitan recursos para utilizar tecnología avanzada para la detección temprana de incendios y el monitoreo de áreas de alto riesgo. Drones y satélites pueden ser herramientas valiosas en esta lucha. Y, finalmente, después de un incendio, es crucial llevar a cabo programas de reforestación y recuperación de las áreas afectadas. Esto no solo ayuda a restaurar el ecosistema, sino que también previene futuros incendios al mantener el suelo cubierto y húmedo.