Unos hilos tenebrosos unen de modo inevitable a la pobreza, la emigración y el narcotráfico. La primera obligación es generar fuentes de trabajo para evitar que miles de compatriotas se vayan en búsqueda de mejores días y de una ilusión que más parece espejismo. Nuestra sociedad y nuestros gobiernos son incapaces de generar empleos suficientes, con salarios dignos para que los ecuatorianos más pobres no huyan en pos de la promesa de una vida mejor, donde lo más probable es que se sometan a la explotación de los coyoteros y a una condición de semiesclavitud. También serán humillados por policías, sometidos a interrogatorios denigrantes, a la prostitución y hasta la muerte.
En este contexto, un negocio macabro floreció: el narcotráfico. Un modo de salir de pobre y enfrentarse a riesgos terribles para llevar drogas a Estados Unidos, formar parte del proceso de producción de sustancias, su tráfico ilegal y los riesgos que la actividad ilícita entraña. Los carteles de la droga sustentan su sucia actividad en un mercado millonario y demandante.
Y para apoyarse penetran la institucionalidad, corrompen a jueces y policías e involucran a inocentes o desesperados que no tienen alternativas de trabajo.
El millonario operativo conquista espacios y la lucha de los gobiernos se revela impotente. Solo en México se ha llevado 28 000 vidas. Masacres, torturas, coches bomba. México genera noticia y las amenazas y atentados llegan a políticos y periodistas. Antes fue Colombia, hoy, el país azteca. Y nosotros, vulnerables como somos, con la institucionalidad minada, vecinos de un país asediado y con ambos fenómenos (droga y migración) acechantes, no atinamos a entenderlo. Hay que reaccionar, fortalecer las instituciones y generar trabajo. Si no despertamos, mañana será tarde.