Esta noche es Nochebuena y mañana, Navidad. Una convención que buscó espacio en el calendario más allá de la fecha exacta del nacimiento de Jesús -para los creyentes, el hijo de Dios- es la fecha propicia de reunión familiar, celebraciones con amistades y compañeros de trabajo y la entrega de presentes.
La celebración recuerda la llegada de Jesús en Belén, en un pesebre pobre que simboliza la humildad y el desafío al poder imperial de los romanos en Judea. La leyenda dice que poco tiempo después lo visitaron los reyes magos que vinieron de Oriente con oro, incienso y mirra. San José, María, los pastores y sus animales acompañaron al Niño Dios en una noche signada para la más importante conmemoración cristiana.
La tradición cristiana rompió la hegemonía del Dios temido, el Yahvé de los judíos por el Dios de amor, el Mesías esperado, y partió a los creyentes en dos vertientes que luego se diseminaron con distintas interpretaciones de la Biblia.
Pero esta fecha debiera ser por excelencia de reflexión, solidaridad y amor al prójimo, como fruto de la filosofía que invoca el cristianismo para pensar en la humanidad, sus miserias y sus grandes logros.
La conmemoración, otrora familiar y solidaria, se ha trocado poco a poco en una celebración de regalos, cenas y consumo de licor y manjares que raya en los excesos. La visión consumista ha superado el concepto profundo por un gasto significativo. Un tema debatido, que además muestra beneficios en la dinámica económica de los países de Occidente.
Calles atiborradas, compras, centros comerciales y locales de expendio llenos son también propios de este tiempo caracterizado por la congestión y los restaurantes repletos.
Junto a las cifras de consumo y movimiento comercial, que de todos modos tienen su efectos sobre millones de personas, también están la marginación y la pobreza que muestran las brechas sociales.
Lo importante es celebrar y no perder de vista el sentido solidario y humano del mensaje de Jesús.