Las masas de seres humanos que deambulan cargando un pequeño equipaje y la esperanza recóndita marcaron desde siempre la historia humana.
El siglo XXI lleva su propia marca con dos fenómenos en latitudes diferentes, pero con iguales signos de desarraigo, tragedia y vaga esperanza: Siria y Venezuela.
En Asia, la larga guerra con medio millón de muertos ha sembrado destrucción y muerte. Fenómenos de poder y extremismos religiosos han expulsado a gigantes masas humanas lejos de su tierra. Turquía, Jordania, Europa toda han recibido el éxodo de millones de sirios que dejan atrás todo en busca de paz.
En América del Sur, las causas del éxodo de venezolanos son distintas. Es la corriente migratoria más numerosa y desgarradora de la historia continental. ¿Quién lo diría? La otrora potencia petrolera, la ‘Arabia Saudita de América’ convertida en país expulsor de sus compatriotas.
La larga dictadura disfrazada con barniz democrático (celebra elecciones forjadas y controla el conteo de votos) ha logrado pauperizar a la rica Venezuela.
La patria de Bolívar echa a sus hijos. Los poderosos emigraron a Miami en el inicio de los gobiernos revolucionarios y pseudobolivarianos. Luego fueron los profesionales que buscaron opciones allende las fronteras. Y, al final, miles de ciudadanos desempleados y hambrientos, familias con los hijos colgados al hombro, mendigando en Colombia, Ecuador, Perú, y hasta bien al sur, en Chile y Argentina. Sin trabajo, ni pan ni libertad, en el país donde nació la luz de la libertad americana.
Los gobiernos autoritarios de Venezuela han dejado a todos ellos sin opción. Esta historia es una de las tantas tragedias que marcan al mundo de hoy, donde la avanzada tecnología y el desarrollo conviven con una pandemia que no es derrotada y las víctimas se cuentan por millones.
Allá, en los ríos orientales, otros seres llegan por barcas, navegando aguas arriba, desde Brasil hasta Ecuador. Las autoridades locales temen y advierten que nuevos flujos migratorios se avecinan.