Una vez sentadas las bases para transitar hacia la prosperidad, luego de los momentos de crisis, es hora de la inversión privada nacional y extranjera.
Quedó atrás la década perdida y la superposición del Estado como único motor de la economía. El Gobierno, que encontró al país con una grave crisis moral y con sus recursos agotados, ha efectuado importantes gestos para salir adelante, y si bien el camino recién empieza a transitarse, es hora de una respuesta contundente desde el sector privado.
El Ministro de Finanzas pide invertir con mucha fortaleza. Los dirigentes gremiales, que se dieron cita en Guayaquil para escucharle, todavía esperan que mejore el ambiente para hacer negocios y más señales como la eliminación del impuesto a la salida de divisas, por ejemplo.
El Gobierno sustenta su llamado en la Ley de Fomento Productivo y en las gestiones que realiza para tratar de cerrar el déficit, generar confianza en los agentes exteriores y abrir nuevos mercados. Ahora espera respuestas de la contraparte.
Desde ese punto de vista, es el momento de la inversión empresarial. De que los empresarios nacionales vuelvan a confiar, pero también que lleguen los capitales extranjeros. Así, la gestación de miles y miles de plazas de trabajo puede cambiar la situación de modo importante y generar círculos virtuosos.
Con la recuperación de la credibilidad en el país, con reglas de juego claras y garantías para la inversión, algunas muestras de esa confianza empiezan a reforzarse con la compra de empresas, lo cual debe suponer nuevas inversiones.
El país debe dejar a un lado los prejuicios y estimular que los extranjeros inviertan dándoles seguridades para ganar dinero pero creando riqueza, valor agregado y empleo.
Es importante abrir el país al mundo mientras trabajamos por mejorar la calidad de vida de la gente. Los empresarios que le temen al capital foráneo o viven solamente de sistemas proteccionistas o no son verdaderos empresarios. Ya es hora de un cambio de actitud y mentalidad en un mundo de economía globalizada.