La vida republicana del Ecuador está marcada por gobiernos autoritarios. El caudillismo prima sobre las propuestas ideológicas orgánicas. Con la idea de hacer cambios significativos y sobre la fuerte creencia de que su paso por el poder debe tener personalidad propia, el caudillismo ha sido una marca que acompaña la historia republicana desde 1830.
Ese ejercicio del poder está atravesado por el autoritarismo, la intolerancia a la crítica y a la oposición y una ansiedad por trascender que se convierte en motor y esencia.
Una débil sustentación social, una estructura política de partidos poco representativos de las corrientes sociales y una ideología tan incierta como cambiante abonan el terreno para que la semilla del caudillismo y la deriva del populismo y el clientelismo tengan carta de naturalización.
Otra tendencia muy marcada es ese afán por cambiar la Constitución – no en vano ya sumamos una veintena – o la posibilidad de amoldarla a su interpretación y funcionalidad para el ejercicio del poder.
Un liderazgo fuerte, una personalidad vigorosa, tendencia a la concentración de poder y polarización del debate político son también marca inequívoca de los caudillos.
Lo positivo: la urgencia por los cambios, las obras físicas que trasciendan. Los pecados originales: la inequívoca confrontación con la prensa, la intolerancia a las críticas y clausuras para evitar ideas distintas, los abusos en Derechos Humanos y una mesiánica visión del poder.
Como otros países de América Latina (México, Argentina, Brasil, Perú y Colombia, los dos últimos con intentos frustrados)Ecuador está marcado por la personalidad de caudillos fuertes del rancio conservadurismo, del liberalismo laico o ilustrado, la derecha o el discurso de una supuesta revolución.