El deporte más masivo del planeta genera pasiones pero, sobre todo, une y alegra. Durante varias semanas se convierte en motor del espectáculo y el turismo y genera oportunidades económicas.
Incluso en naciones cuyas selecciones no se clasificaron, como Ecuador, la fiesta del fútbol que se vive cada cuatro años, altera la rutina. En países como la vecina Colombia -cuya selección está en Rusia, al igual que la de Perú-, relega a un segundo plano temas trascendentales como la segunda vuelta presidencial del próximo domingo.
Desde luego, en el Mundial también hay ingredientes políticos y los países se juegan su prestigio ante el resto del mundo. Resulta claro en esta ocasión que Rusia y su líder, que se han esforzado en la construcción de estadios y la implementación de estrictos operativos de seguridad, quieren afianzar su imagen, más allá de lo que sus seleccionados puedan lograr en la cancha.
Y que detrás de la designación de la sede para el 2026 se juegan no solo aspectos económicos sino geopolíticos. EE.UU., junto a México y Canadá -unos vecinos que cuestiona por diferencias políticas-, están muy contentos de poder extender por su amplia geografía la competencia, y a la vez manejar un negocio multimillonario.
La designación de un Mundial en toda Norteamérica intenta ser el punto final a la crisis de corrupción que sacudió a la FIFA, ya que esta decisión se tomó en una votación universal, por todos los afiliados a esa Federación.