Tras el fallido alto el fuego que volvió a inundar de sangre a Alepo, la irrupción del presidente ruso Vladimir Putin, al final del año, para mediar en Siria, abre esperanzas e interrogantes.
Es de desear que una parte sustancial de esa guerra civil con miles de muertos toque a su fin, aunque quedan por resolver los ataques terroristas no solo en Siria sino en la región, como los del fin de semana.
Ese nuevo escenario podría proyectar a Putin en las ligas mayores de la geopolítica mundial. Siguen, y acaso seguirán, las escenas de dolor de desplazados y refugiados que han llegado como un último grito de desesperación a Turquía, en pos de encontrar una puerta a una Europa desconfiada.
En el Viejo Continente afloran sentimientos de racismo, discriminación y brotes ultristas, pues talvez siente en los refugiados la falta de respuestas antes sus propios dilemas por resolver.
Justamente todo esto ocurre cuando Donald Trump llegará al poder de Estados Unidos para cambiar -no se sabe si para bien- el tablero de ajedrez del orbe.
Con un líder chino Jinping en ascenso y un Putin ávido de protagonismo, todo está por definirse.
Trump y su mirada de desprecio a los latinos, que han sido motor de la economía de Estados Unidos, pueden avivar las tensiones.
Y no cabe olvidar a Cuba, que estrenaba nuevo estatus de la relación con EE.UU. que, con la muerte de Fidel Castro, se llena más de incertidumbres sobre un pulso siempre tenso con el gigante vecino del norte.