50 días después de las denuncias de una masacre de 30 indígenas en la selva oriental, el Presidente convocó a distintos sectores a dialogar sobre el asunto al Palacio de Carondelet.
Es una buena señal, después de que en los distintos niveles oficiales se sembraron sospechas sobre la matanza y siempre se la calificó como presunta. El primer dato lo entregó el Presidente de la Federación Huaroani del Ecuador.
La confrontación entre distintas facciones, clanes o familias huaoranis no es nueva y tiene que ver con su condición de pueblos guerreros no contactados o aislados voluntariamente (también sobre la semántica hay otros debates pendientes). El respeto a la pluriculturalidad está consagrado en la Constitución.
La comprensión de esta complejidad no es cosa fácil y la sociedad blanco mestiza no es capaz de entender y asimilar sus profundos laberintos. En primera instancia, las autoridades intentaron investigar como si se tratase de un crimen común como los que azotan calles y ciudades. No es lo mismo. Luego vinieron la negación y el silencio. Se escucharon voces, incluso en las columnas de opinión de este Diario, como las que acaban de ser escuchadas por el Presidente. Las Naciones Unidas piden actuar.
La tarea es ardua y se vuelve indispensable entender las vicisitudes de los pueblos huaroani y los clanes tagaeri y taromenane antes de dar una salida injusta o apresurada.