En la última semana de campaña presidencial, el paÃs se encuentra en un momento crucial, no solo por la definición de su próximo mandatario, sino por la urgencia de consolidar la confianza pública en el proceso electoral. En una contienda tan polarizada como la que vive Ecuador, donde cada paso es observado con lupa, la transparencia del sistema electoral no puede ser un accesorio: es el núcleo mismo de la legitimidad democrática.
La sociedad no se conforma con promesas de integridad o con simulacros que ensayan la jornada electoral. Lo que exige es la certeza absoluta de que el sistema es robusto, que las rutas de transmisión de resultados son impermeables a cualquier interferencia, y que la custodia de la voluntad popular no deja resquicios para la duda. No basta con que el proceso sea técnicamente confiable; debe también ser percibido como tal por cada ciudadano que acuda a las urnas.
La historia electoral del paÃs no es ajena a episodios de desconfianza ni a señalamientos sobre presuntas irregularidades. Precisamente por eso, este es el momento de elevar los estándares. El desafÃo no se limita a contar bien los votos, sino a blindar cada eslabón de la cadena que los procesa y comunica.
En los dÃas previos a la votación, la circulación de rumores, teorÃas conspirativas y mensajes alarmistas se multiplica como una tormenta perfecta que amenaza con contaminar la jornada democrática. Frente a ello, la respuesta institucional debe ser inequÃvoca: información clara, disponibilidad absoluta para responder inquietudes, y un despliegue visible de controles que permitan verificar cada paso del proceso.
La historia electoral del paÃs no es ajena a episodios de desconfianza ni a señalamientos sobre presuntas irregularidades. Precisamente por eso, este es el momento de elevar los estándares. El desafÃo no se limita a contar bien los votos, sino a blindar cada eslabón de la cadena que los procesa y comunica. La fiabilidad del sistema informático, la integridad de los canales de transmisión y la transparencia en el manejo de los datos son las columnas que sostienen la credibilidad del resultado.
En este contexto, las instituciones encargadas de arbitrar el proceso tienen la obligación ineludible de disipar cualquier sombra. No hay espacio para ambigüedades. Cada acción debe estar orientada a garantizar que, cuando se conozcan los resultados, no haya espacio para dudas ni pretextos que empañen el veredicto ciudadano.
La jornada electoral no termina con el cierre de las urnas. Se prolonga en el escrutinio transparente, en la transmisión nÃtida de los datos y en la rendición de cuentas que debe ofrecerse al paÃs. Ecuador necesita no solo elegir a su presidente, sino también confirmar que su democracia es lo suficientemente fuerte como para resistir la erosión de la desconfianza.
Porque la transparencia total no es una concesión: es un deber ineludible en tiempos donde la desinformación y la sospecha se propagan a la velocidad de un clic. Y en este desafÃo, no hay margen para el error.