No es fácil imaginar más destrucción y muerte que la que ha azotado a Siria desde hace 7 años de larga guerra.
Ahora el uso de armas químicas podría desatar la ira de Donald Trump. El Presidente de Estados Unidos, rodeado de halcones en altos cargos de seguridad, amenaza con reaccionar si se comprueba el uso de este armamento vedado por su alto poder destructivo.
La guerra es terrible por su capacidad de demolición de la infraestructura, de casas y carreteras, de templos y monumentos. Pero sobre todo por el dolor y la muerte de 200 000 personas. Este ha sido el costo para la humanidad por una de las guerras más largas, sino la más larga en el siglo XXI.
No es fácil de descifrar. Todo comenzó con guerrillas de distinto signo, apoyadas en algunos casos por fuerzas de Occidente que se oponían a la hegemonía del dictador civil Bashar Al Assad. Él, laico en medio de una zona de altas creencias religiosas, resistió a sangre y fuego contra los rebeldes.
En medio de este acoso surgió del sur, proveniente de Iraq, otra fuerza de alto poder destructivo: las huestes del autodenominado Estado Islámico, con alto componente religiosos e integrista que siguió con tácticas terroristas y militares devastando Siria, tomando ciudades, matando a miles y miles más.
De por medio, la geopolítica: Rusia, el proveedor de armas de Siria; Turquía, y la crisis de refugiados; y si como no fuese bastante, el presunto uso de armas químicas y la amenaza de Trump.