Las noches de fuego y hogueras en Barcelona y varias importantes ciudades catalanas dan la medida de la protesta.
La violencia ganó las calles. Barricadas, autos incendiados, hasta fuegos artificiales usados como proyectiles, represión de los “Mossos d’ Esquadra”, y muchos choques de manifestantes contra las fuerzas del orden han sido la tónica.
Dos días atrás, el famoso ‘procés’ terminó con sentencias contra el vicepresidente de la Comunidad autonómica, Oriol Junqueras, y varios de los más altos cargos de la legislatura comunitaria anterior. Sedición, desobediencia y malversación son algunos de los cargos.
Varios de los líderes independentistas se fugaron de España. Entre ellos el más conocido es Carles Puigdemont, acogido en Bélgica.
La consigna y los discursos fuertes abogaban por separar a Cataluña de España. Una clara violación a la Constitución vigente aprobada en las urnas por la mayoría y como una condición para vivir en unidad.
Pero anidan en Cataluña grupos independentistas de distinto orden y diferentes signos ideológicos. Otros catalanes y españoles que viven allí no comparten la idea de separarse. Muchos exigen respeto a su cultura.
La lucha por la independencia pasó de los discursos y los intentos de provocar la profundización de la autonomía hacia la independencia de modo exponencial, hace dos años. El Estado español se pronunció y la sedición llevó las manifestaciones de castaño a oscuro hasta que varios líderes políticos fueron detenidos. La idea de la rebelión no fue aceptada por los jueces pero sí los otros delitos por los que hoy les condenan.
Más allá de los graves perjuicios que un separatismo conllevaría a España y su comunidad, se trata de un acto contra la ley.
Los líderes políticos del Congreso de los Diputados se reunieron con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El izquierdista Pablo Iglesias advierte que el descontento no cejará. Los violentos destruyen y quieren imponer su verdad y a toda costa. Una cara de la protesta allende los mares, muy conocida acá.