Todo cambió de pronto. Una parte importante del año en todo el planeta ha estado signada por la pandemia.
Además, marcará el decurso de los años y el dibujo de un nuevo mapa geopolítico y económico con su impronta sobre la salud y la naturaleza.
Importantes analistas, historiadores y estudiosos muestran a la pandemia como de peores consecuencias aun que la gripe española, la gran depresión o algunas guerras.
Si bien es cierto que la muerte y destrucción de las guerras mundiales no tienen parangón, el impacto planetario del covid-19 es mayor.
Las cifras, que se manejan con horrorosa frialdad, dicen por ahora que los contagios bordean los 4 000 000 y las muertes suman 276 000.
Pero la pandemia ha afectado severamente a una economía que tardará años en reconstituirse, mientras que el impacto social es imponderable.
El covid-19 ataca con más dureza a los países pobres y a los de renta media.
Mientras científicos y grandes laboratorios buscan fórmulas para atender a los pacientes, las pruebas de vacunas son incipientes. Tardan.
Otra plaga que desnuda el coronavirus es la de los liderazgos populistas y los personalismos arrogantes.
Varias naciones lideradas por mujeres, como por ejemplo Islandia, Nueva Zelanda y la propia Alemania, son ejemplos de racionalidad y de cómo se hacen bien las cosas.
Pero lo sucedido en Estados Unidos, Reino Unido, México o Brasil deja al descubierto la demagogia y el estilo personal, junto a visiones incluso mesiánicas sobre la salud y la ciencia. Otros presidentes autosuficientes han tenido que dar el brazo a torcer, como el de El Salvador.
Aunque el subregistro se ha producido en Reino Unido, Francia o Ecuador y el manejo de los datos ha sido errático, hay temas aún peores.
España e Italia , con supuestamente fuertes sistemas de salud, sucumbieron ante la tragedia. Otros, como Alemania, Noruega, Chile o Perú muestran lo importante que es ahorrar para tiempos de crisis.
Ahora hace falta conciencia colectiva, solidaridad mundial, una nueva vida con valores y caminos comunes.