Una vez más el país entra -aun cuando sea en forma parcial en ocho provincias- en estado de excepción, para combatir una imparable expansión del coronavirus y sus mortales efectos.
El Decreto Presidencial 1282 alude a la ‘alerta por calamidad pública’, que no tiene manera de controlarse en al menos ocho provincias, donde están las ciudades más pobladas.
Así: Pichincha, Guayas, Azuay, Manabí, Santo Domingo de los Tsáchilas, Loja, El Oro y Esmeraldas se deben acoger a lo resuelto. Es que ciudades como Quito, Guayaquil -cuyo Cabildo adoptó medidas drásticas de circulación y horarios-, Manta, Portoviejo, Cuenca, Loja, Santo Domingo y otras capitales de las provincias referidas experimentan un crecimiento exponencial de contagios. Quito decidió seguir con la restricción de placas y de libre movilidad en feriados y fines de semana.
El Decreto dicta toque de queda de 20:00 a 05:00, salvo para los vehículos de transporte público y de servicios esenciales, como medicina, seguridad y sectores estratégicos.
Para las provincias referidas está suspendida la apertura de parques, cines, teatros discotecas y casas de tolerancia. Todas las playas estaban cerradas con antelación a la declaratoria del estado de excepción.
Los restaurantes pueden operar con aforos restringidos al 30%.
La restricción llega, empero, tardía y confusa. La verdad es que hay tantas medidas en el tapete, que la observación a cabalidad se vuelve difícil. Hay ciudades con restricción de circulación en contradicción con la limitación en la red vial nacional. Hace falta más coordinación, medidas oportunas y bien comunicadas.
Nadie pone en duda el riesgo de salud pública evidente, la saturación de hospitales y de unidades de cuidados intensivos. Tampoco el tipo de contagio y la letalidad de las variantes del patógeno que llegan del exterior.
Sin embargo, los sistemas de salud y de control muestran a su personal agotado tras un año de pandemia. La desesperación y la angustia siguen conspirando contra la adecuada prevención. La falta de vacunas hace su parte. La economía está aplastada.