El regreso a la nueva normalidad ha puesto a los gobiernos frente a una disyuntiva compleja. Por un lado, las autoridades saben que el aislamiento debe ser lo suficientemente fuerte para evitar un repunte de contagios. Y, por otro, la cuarentena debe flexibilizarse lo más pronto posible para contener la debacle económica.
La pandemia trae consigo un aumento del desempleo y de la pobreza, lo cual significa que las personas de menores ingresos no solo corren el riesgo de contagiarse o morir por covid-19, sino de fallecer por falta de ingresos para enfrentar otras enfermedades típicas de la pobreza.
Esa disyuntiva se está resolviendo a diferentes ritmos en el mundo, aunque eso no librará al planeta de una recesión de al menos el 3% este año.
Europa comenzó una etapa de desconfinamiento cauta pero progresiva. Uno de los mejores ejemplos es Alemania, que el miércoles pasado relajó las restricciones, una vez que los contagios empezaron a ralentizarse. A partir de la próxima semana ya tiene previsto abrir todos los comercios y también los colegios.
Francia, donde ya se ha perdido medio millón de empleos, anunció ayer que la fase de desconfinamiento comenzará el próximo lunes -igual que Bélgica-, pero lo hará por zonas. En París, donde el riesgo es mayor, habrá controles más estrictos.
Italia, que fue el primer foco europeo de la epidemia, inició ayer un tímido desconfinamiento y España va en esa misma línea.
Gran Bretaña, el país más afectado de Europa, decidió extender el aislamiento, pero levantará algunas restricciones este fin de semana.
Los países necesitan reanudar sus actividades económicas para evitar más daños al aparato productivo y a su población. La recesión en la zona euro será histórica este año: 7,7%. Inglaterra se prepara para un 14%.
Y lo mismo se repite en EE.UU. o América Latina, donde la contracción será de al menos 5,6% este año.
Mientras más se alargue el confinamiento, más dura será la recesión. Y eso puede ser peor que la propia pandemia, que ya ha cobrado la vida de 263 000 personas en el mundo.