Una Asamblea Nacional responsable ante el país
No hay tiempo que perder. No hay justificación ni subterfugio que aguante. Una de las instituciones esenciales de la democracia acusa una honda crisis. Y hay que remediarla ya.
No basta con plantear un puñado de interpelaciones a los ministros de un Gobierno débil. No se pueden ir los asambleístas alegremente a su vacancia sin asumir sus tareas.
Tampoco se trata de pasar la pandemia ocultándose tras los zoom y las reuniones virtuales cuando todavía no se ha solucionado ni esclarecido de verdad la danza de los diezmos.
No es bueno para la democracia que uno de sus pilares -el Poder Legislativo- acuse un agotamiento tal que su popularidad bordee el 3%.
Los legisladores no deben sacar el cuerpo a algunos aspectos que debieran ser tratados y aprobados con agilidad, debido a su importancia.
En este período legislativo, más allá de la debacle que supuso que uno de los titulares de la Función fuera removido y quien le sustituyó no aguantara el pulso político y fuera víctima de sus palabras, la Asamblea tiene sus cuentas pendientes con lo que pasó en octubre que no supo ni pudo contribuir para esclarecer.
La Asamblea marcó a duras penas la cancha al firmar un compromiso de apoyo al operativo en que está empeñado el país para salvaguardar la dolarización y la economía.
Ahora tiene en sus manos una reforma que el país entero demanda y el FMI exige para entregar el último tramo de los desembolsos del año.
Se trata de cuatro temas que, por cierto, son una mínima parte de las innumerables propuestas sobre corrupción que han ocupado años de la Asamblea. Se demanda precisar el concepto de beneficio económico al delito de tráfico de influencias; y si los responsables tienen representación popular, sería un agravante.
También, añadir a la concusión el beneficio material indebido y el soborno en el sector privado, y evitar que las medidas sustitutivas a la prisión preventiva apliquen a los sospechosos de corrupción.
La Asamblea puede hacer un último esfuerzo responsable por el país, o irse con más pena que gloria.