El debate presidencial del domingo 19 de enero de 2025, realizado en Quito, estuvo marcado por una constante: la falta de profundidad en las propuestas y la repetición de lugares comunes que, lejos de proyectar un rumbo claro para el país, reforzaron la sensación de que la política sigue siendo un escenario de promesas vacías y consignas proselitistas.
Uno de los aspectos más llamativos fue la insistencia de los candidatos en captar la atención de los votantes más jóvenes mediante el tema de la inteligencia artificial. Prácticamente, todos mencionaron su intención de incluir esta tecnología en su gestión de gobierno, pero ninguno logró ir más allá de frases genéricas o aspiraciones abstractas.
El debate presidencial de este domingo dejó más preguntas que respuestas. ¿Están los candidatos realmente preparados para asumir los retos que enfrenta Ecuador? ¿Cómo esperan ganarse la confianza de un electorado cada vez más exigente y desencantado?
Hablar de inteligencia artificial se convirtió en un comodín, una manera de aparentar modernidad sin ofrecer detalles concretos ni evidencias de un entendimiento profundo sobre cómo esta herramienta podría aplicarse a la realidad ecuatoriana. Para los ciudadanos, especialmente los más críticos, estas declaraciones terminaron por sonar vacías y desconectadas de las verdaderas necesidades del país.
Por otro lado, el debate se transformó en un campo de batalla en el que los candidatos con menos opciones, según las encuestas, aprovecharon cada intervención para atacar a los aspirantes que lideran los sondeos. Este comportamiento, aunque esperable en un evento de estas características, desvió la atención del análisis de propuestas y redujo el debate a un intercambio de acusaciones y descalificaciones. La estrategia de desgastar a los favoritos no solo demostró la falta de originalidad, sino que también evidenció el nivel de desesperación de algunos postulantes por ganar visibilidad.
En cuanto a las ideas presentadas para enfrentar la profunda crisis que atraviesa Ecuador, la mayoría se quedaron cortas. Faltaron propuestas innovadoras que marquen una diferencia en temas clave como la reactivación económica, la generación de empleo y la seguridad ciudadana.
En su lugar, los aspirantes al sillón presidencial optaron por recurrir a planteamientos ortodoxos que, si bien pueden resultar atractivos para ciertos sectores, no ofrecen soluciones sostenibles ni un camino hacia el desarrollo integral del país. La mención reiterada de medidas drásticas, como la implementación de la pena de muerte, es un ejemplo de cómo el debate se inclinó hacia propuestas simplistas que priorizan el impacto mediático sobre el análisis técnico o moral.
Más allá de las carencias programáticas, el evento en sí mismo terminó por ser más un mitin proselitista que un verdadero espacio de discusión política. Las frases hechas, los estribillos partidistas y las promesas grandilocuentes fueron protagonistas, dejando poco espacio para el debate real de ideas y soluciones. Esto, sin duda, refleja una preocupante desconexión entre la clase política y las demandas de una ciudadanía que busca liderazgos coherentes, comprometidos y capaces de transformar el país.
El debate presidencial de este domingo dejó más preguntas que respuestas. ¿Están los candidatos realmente preparados para asumir los retos que enfrenta Ecuador? ¿Cómo esperan ganarse la confianza de un electorado cada vez más exigente y desencantado? Quizá las respuestas se encuentren no en los discursos ensayados, sino en una auténtica voluntad de cambio que, lamentablemente, no se vislumbró en este escenario. Es un recordatorio de que, en la búsqueda de soluciones, Ecuador necesita menos eslogans y más política de verdad.