
Este 24 de mayo de 2025 se inicia oficialmente el nuevo periodo de gobierno de Daniel Noboa Azín. Tras ganar las elecciones presidenciales con el 56,13% de los votos y consolidar una mayoría legislativa junto a sus aliados, el Presidente enfrenta ahora un desafío mayúsculo: transformar la estructura del Estado, recuperar la confianza de los ciudadanos y evitar que Ecuador se empantane en los mismos debates caducos de las últimas dos décadas.
El reto es grande porque las demandas también lo son. No se trata solo de seguridad o estabilidad fiscal. La sociedad, y especialmente las nuevas generaciones, están exigiendo algo más profundo: una transformación cultural, institucional y tecnológica.
La juventud ecuatoriana quiere un país que se enfoque en la protección ambiental, en el impulso a la innovación, en fomentar el emprendimiento, en mejorar la educación y en la posibilidad real de crear empresas que no solo sobrevivan, sino que puedan crecer hasta convertirse en “unicornio”, como ha ocurrido en otros países de América Latina.
Pero es imposible pensar en ese futuro si el presente sigue anclado en estructuras obsoletas. La educación pública sigue rezagada, los servicios de salud son precarios, la burocracia sigue capturada por intereses particulares (e inclusos ideológicos) y la inseguridad se ha convertido en una amenaza cotidiana. Según datos del Observatorio Ecuatoriano de Crimen Organizado, por ejemplo, más de 8 000 muertes violentas se registraron en 2024. La penetración del narcotráfico en gobiernos locales, como se ha denunciado, demuestra que el crimen ya no está en los bordes del Estado, sino en su corazón.
Y no solo es la violencia. Las instituciones de servicio público han dejado de funcionar como deberían. Obtener una cédula puede tomar meses, los turnos para trámites esenciales se saturan en segundos, y la corrupción ha hecho metástasis en entidades clave de atención a la ciudadanía. Así, la gente de a pie mide el fracaso del Estado no por ideologías, sino por su experiencia concreta frente a la ventanilla.
En su primer gobierno de 18 meses, Noboa impulsó proyectos de reforma laboral, seguridad y atracción de inversiones, pero quedaron temas pendientes. La reelección abre la posibilidad de construir un proyecto de mediano plazo, pero también conlleva el riesgo de caer en la autocomplacencia, más aún cuando se cuenta con una Asamblea relativamente alineada.
El peligro es claro: si el nuevo gobierno no genera cambios estructurales, el país caerá nuevamente en la nostalgia del pasado, en la búsqueda de líderes populistas que prometan soluciones inmediatas o en una frustración ciudadana que abra espacio a radicalismos.
El futuro exige pensar diferente. No se puede esperar resultados distintos con los mismos esquemas de poder, las mismas redes clientelares o las mismas excusas de siempre. Pensar diferente es entender que la gobernabilidad no se sostiene con pactos oscuros ni con mayorías artificiales, sino con resultados tangibles para la población. Pensar diferente es acabar con la idea de que el poder es un botín personal o partidario. Y, sobre todo, pensar diferente es tener el coraje de romper con el pasado cuando este ya no sirve. Pensar diferente también es respetar la opinión diferente.
Noboa tiene una ventaja: su edad, su narrativa tecnológica, su imagen de renovación. Pero también tiene una obligación: no traicionar esa expectativa. La oportunidad está sobre la mesa. Si se desaprovecha, lo que quedará no será solo una administración fallida, sino una generación más condenada a la desilusión.