Cada cuatro años de elecciones y la historia se repite

Las elecciones seccionales de Ecuador tienen un desafío particular para los ciudadanos: está en juego su convivencia diaria. La elección de alcaldes y concejales tiene importancia porque de ellos depende la evolución o no de las urbes. 

El problema ha sido, casi sin temor a una generalización, que en la competencia electoral se olvida de las ciudades y sus necesidades. Las alcaldías se convierten en botín político y las instituciones se debilitan al punto de que la corrupción las fractura.

La credibilidad de las municipalidades, por razones obvias, está siempre cuestionada justamente por la sombra de la corrupción y la poca gestión real en favor de los ciudadanos. Esto repercute a la hora, por ejemplo, de generar participación comunitaria e involucramiento en decisiones colectivas. Cada vez, en las zonas urbanas, es más fuerte el sentimiento del individualismo y quemeimportismo.

A la clase política le conviene y eso se refleja en Quito, por poner un ejemplo. No ha existido unidad para sacar adelante un proyecto de ciudad, uno que sirva de ejemplo para el país y la región. Por el contrario, la división de la ciudad se ha manipulado al punto que se ha fraccionado “populosamente” en la papeleta.

¿Se puede hacer algo? Siempre. Activarse. Fiscalizar, criticar y, especialmente: proponer. Los proyectos urbanos de las nuevas generaciones para enfrentar desde los problemas de medioambiente hasta las relaciones humanas deben entrar en la agenda institucional.

Los planes de gobierno de los alcaldes, además, requieren una auditoría técnica de expertos y ellos a su vez deben involucrarse con su ciudad. 

El sector privado ha optado muchas veces por el silencio. La justificación es que no quieren ser afectados por represalias políticas y económicas si toman una posición crítica. Ahora está en juego el futuro de las ciudades, que están retrasadas frente al desarrollo social, educativo, cultural, tecnológico, urbanístico de la región y del mundo. El aporte de muchos suele quedarse en apadrinamientos cuando se requieren proyectos con una visión a mediano y largo plazo, sin importar la posición política o el retorno económico.

Todos podemos aportar para que las ciudades evolucionen. Es una responsabilidad, obviamente, de quienes hoy sean electos, pero el ciudadano también puede mejorar su calidad de habitante de su entorno; incluso respetando y haciendo respetar las leyes y ordenanzas.