La pandemia no ha terminado. Es algo que se dijo desde mucho antes y que, incluso, debemos pensar que el covid-19 será endémico. Las constantes mutaciones superan la eficacia de las vacunas, si bien los síntomas son parecidos a los de la gripe. Pero sí hay fallecidos, pocos en comparación a cuando se desató el virus, pero siempre serán un dolor para familias ecuatorianas.
Los descensos de casos alentaron para el relajamiento de las medidas de restricción. Fue una liberación el dejar de usar las mascarillas en todo momento. Aunque muchos preferían seguir usándolas en espacios abiertos y cerrados, otros vivieron como en tiempos prepandémicos.
Ahora, el COE nacional recomendó que se volviera a usar las mascarillas y obliga su uso en algunos espacios. También alentó el teletrabajo, una modalidad que ya hay que tomar en cuenta como una opción seria para que sea permanente. Hay una tecnología suficiente para poder hacer una labor que bien pudiera cumplirse en los hogares.
Sin embargo, también es necesario que los ámbitos laborales sean espacios de encuentro: el ser humano no ha perdido, pese a todo, su condición de gregario y tiene una profunda necesidad del otro y los sitios de trabajo unen a personas de manera colectiva en pos de un mismo objetivo.
El 25 de julio, este Diario informó que Ecuador fue uno de los países de América Latina con mayor penetración del teletrabajo debido a las restricciones impuestas en marzo del 2020. Luego, decisiones empresariales y estatales fueron derivando hacia el modelo híbrido y, finalmente, la presencialidad plena.
Muy probablemente, el sistema híbrido mantenga bajos los índices de contagios de covid-19 y, además, brinde a los trabajadores el espacio idóneo de una necesaria socialización. De cualquier manera, tal como antes, frenar el aumento de contagios requiere de un compromiso de todos los ciudadanos y políticas públicas eficientes. El país y el mundo viven tiempos difíciles con la pandemia y, para colmo, otras nuevas enfermedades.