Coca, cuyo nombre oficial es Francisco de Orellana, es en estos días una fotografía patética de la crisis del precio internacional del crudo traída al Ecuador.
Hace 30 años, Coca era un pequeño caserío en la selva.
Con Osvaldo Hurtado llegó la refinería. Luego los puentes atravesaron el río Napo y la ruta del petróleo la volvió una segunda ciudad signada por la extracción hidrocarburífera (la primera fue Nueva Loja o Lago Agrio).
La cara del caserío de madera se tornó en una ciudad donde la actividad comercial y hotelera se estimulaba por las comunicaciones, carreteras, abastos de empresas multinacionales y la ecuatoriana Petroecuador.
Hasta una empresa privada pionera en tecnología de punta tiene su laboratorio y factoría en Coca.
Pero hoy la vida cambió drásticamente. La reportería de Diario EL COMERCIO determinó que la crisis petrolera muestra su cruda cara en una economía en retroceso.
Letreros que anuncian venta de casas, de restaurantes y comercios cunden por las calles de la ciudad.
La actividad hotelera, que se acostumbró a depender de ejecutivos y técnicos de algunas empresas petrolíferas o de suministros, también experimenta una baja sensible. La economía de Coca está cambiando.
Si para el conjunto del país este sacudón del mercado internacional ha supuesto un cambio en las cuentas del extractivismo de petróleo y da cero en la suma (cuesta tanto extraerlo, se paga poco al venderlo), Coca muestra un impacto sensible.