La intensa erosión en el río Coca amenaza seriamente a dos puntos vulnerables de la energía nacional.
Una vez más en este mismo año, y en plena ebullición de la pandemia, el bombeo de petróleo por los oleoductos se ha debido interrumpir.
El socavamiento de la cascada San Rafael prendió las alarmas. Ahí empezó una erosión que carcome la deleznable tierra próxima al río Coca y a su afluente, el Montana.
El avance de la erosión es complicado de calcular pero hace inevitable recordar las advertencias de la comunidad científica sobre los riesgos. Cuando empezaba a relanzarse el proyecto Coca-Codo Sinclair, las autoridades fueron puestas en antecedentes: es zona de suelo volcánico. La sola cercanía del volcán El Reventador era una alarma notoria, por lo que era necesario realizar mayores estudios para mitigar los riesgos.
Paralelamente a la sinuosa pendiente de los ríos corren dos sistemas de oleoductos y el poliducto, así como la carretera que une la Sierra y el norte de la Amazonia.
Ya el 7 de abril , la destrucción puso en emergencia la operación de crudo. El petróleo que se extrae en la selva se transporta por dos tuberías hacia Balao, en Esmeraldas.
El Sistema de Oleoducto Trans Ecuatoriano (SOTE) mueve en condiciones normales 360 000 barriles diarios. El Oleoducto de Crudos Pesados (OCP) transporta 180 000.
Por esta emergencia, ambos sistemas movilizaron 3’700 000 barriles en abril, 75% menos que en igual período del año anterior.
Esta baja generó pérdidas difíciles de calcular, ya que el precio del crudo marcador fue volátil en abril y hasta llegó a bajar de cero por la pandemia.
Se advirtió con claridad que la reparación de los tubos sería temporal; la cruda temporada invernal en esta cordillera ha precipitado los tiempos. Los trabajos demandarán grandes cantidades de dinero y nuevos trazados técnicos tanto para los ductos cuanto para las vías.
Aguas arriba, la costosa central, entre microfisuras y caudal insuficiente, no ha generado lo que se esperaba. Los estudios deben acelerarse.