Que los comicios legislativos del domingo en Venezuela marcan un cambio en el escenario político de ese país es innegable. Este hecho obliga a que Gobierno y oposición hagan las lecturas adecuadas para fortalecer el sistema político.
Los resultados -94 escaños para las fuerzas gubernamentales y al menos 60 para la oposición- han dado motivo para que los dos bandos se declaren triunfadores. La opositora Mesa de Unidad Nacional insiste en que podía haber alcanzado más escaños si la autoridad electoral no introducía un sistema de cálculo que resultó favorable a los propósitos gubernamentales.
Las huestes oficialistas, representadas por el Partido Socialista Unido, por su lado, festejan haber conseguido la mayoría de votos, pero están conscientes de que no alcanzaron la meta de las dos terceras partes del Parlamento. Esto les habría permitido seguir legislando sin trabas en favor del proyecto chavecista y llegar mejor posicionados a las elecciones del 2012, que permitirían a Hugo Chávez acceder a su tercer mandato.
Ahora la Asamblea deberá incluir a la oposición, una situación nueva dentro de la era inaugurada hace 11 años y en la cual el Gobierno se acostumbró a llevar las riendas del país sin contrapesos, mientras los opositores cometieron graves errores, no solo al fabricar un fallido golpe sino al no presentarse a las últimas elecciones legislativas.
Más allá de las democracias tumultuarias y del ejercicio presidencial populista que ha reverdecido en varios países de la región, es necesario tener presente que el sistema político de un país solo se enriquece y sostiene en el largo plazo a partir del disenso, el debate y la negociación, algo que parece olvidarse con mucha frecuencia al calor de una popularidad forjada en el clientelismo y la retórica.