Si hace pocos días varios sectores del país clamaban por lluvia ante una sostenida temporada de sequía, nada más presentarse los primeros aguaceros estacionales los efectos se han dejado sentir con fuerza: carreteras bloqueadas, accidentes, molestias, peligros y la evidencia de una estructura frágil.
Durante este feriado, los derrumbes dejaron incomunicados a miles de turistas que tras las vacaciones retornaban a sus lugares de origen.
La situación es recurrente en cada invierno. Es verdad que la geografía montañosa dificulta las tareas constructivas. La tierra deleznable, las pendientes abruptas, los cerros imponentes no son el mejor escenario para construir carreteras. Pero las técnicas han evolucionado y las soluciones aparentemente costosas -como la perforación de largos túneles que atraviesen las cordilleras- podrían evitar los cíclicos derrumbes e incluso los continuos accidentes con pérdidas de vidas humanas.
En otras partes de nuestra geografía, las inundaciones de los ríos han causado muertes y daños cuantiosos.
El desbordamiento del río Cube, en Esmeraldas, dejó 3 500 personas afectadas. Pocos días antes, reportes oficiales daban cuenta de evacuaciones en las provincias de Manabí, Guayas, El Oro, Los Ríos, Cotopaxi y la propia Esmeraldas y alrededor de 15 mil hectáreas anegadas y sus cosechas destruidas.
Una vez más la calidad de la obra pública, especialmente de los muros de contención, puentes, caminos y carreteras entra en cuestión.
La pregunta subsiste: ¿se ejecutan dichas obras con rigurosidad, hay adecuada fiscalización o es un pretexto para construir y reconstruir cada año sin pensar en soluciones de mediano y largo plazos?