Fue algo insólito. Se advertía una sesión tensa por el intento de los legisladores partidarios de Donald Trump de seguir negando el triunfo del demócrata Joe Biden. Pero lo que sucedió estuvo fuera de toda previsión.
Una horda de enceguecidos partidarios del Presidente en funciones, burló toda seguridad del edificio neoclásico donde funciona el poder legislativo, irrumpió por la fuerza. Quedaron bienes destruidos y la pérdida insensata de vidas humanas.
El Capitolio, símbolo de la democracia más antigua, fue vejado y violentado, y con ello se perpetró la transgresión a la representación de la soberanía popular de ese país.
El propósito de los violentos era apoyar con un acto de fuerza la tesis de Donald Trump, quien siguió desgañitándose hasta el último minuto hablando de un presunto fraude.
El asalto al Capitolio fue la gota que derramó el vaso de la paciencia de varios de los propios correligionarios de Trump que rechazaron el ataque y ratificaron el triunfo de Biden. En el Congreso se debía debatir, como se hizo ayer, el resultado final y los argumentos sobre los cómputos de los comicios y los votos electorales.
La proclama de ‘amor’ a sus partidarios por parte del Presidente, la tardía petición de volver a sus casas y la final aceptación del resultado no sana las heridas infringidas a la democracia. Además del dolor de la muerte, que nadie reparará, una severa investigación debe identificar a los hechores e instigadores y observar a las fuerzas de seguridad que se mostraron impotentes o complacientes ante el terrible desaguisado.
La campaña presidencial, el manejo de la crisis del covid-19 y ese salvaje acto final, dejan en pésimo predicamento al gobernante saliente y polarizan a una sociedad ya dolida por las muertes de los contagiados, con una economía con problemas y divisiones y odios inaceptables.
La misión de Biden desde el 20 de enero será restañar las heridas que deja la batalla electoral y hacer democracia donde el papel de la oposición es importante pero el mandato popular es innegable y debe respetarse. Hay que salvar la democracia.