La palabra revisión suele ser mal interpretada en los estudios históricos, sobre todo por aquellos que prefieren que los relatos se mantengan inamovibles. Pero la historia, aunque sea sobre un pasado, no es inmutable. Siempre aparecen documentos que eran desconocidos y que ayudan a ver las costuras de los grandes acontecimientos.
La historia merece siempre ser interpretada con ojos contemporáneos. Deben hacerse lecturas nuevas y diferentes. Y hay historiadores que no dejan de seguir leyendo y buscando más datos sobre el inicio de las gestas libertarias de Ecuador y de América Latina que comenzaron tras la invasión napoleónica a la península ibérica.
Mucho se ha dicho que no fue realmente una proclama independentista, sino más bien un acto de lealtad al monarca español o que abrigaba una intención autonómica, pero ya había voces -y no pocas- que planteaban una aspiración mayor: deja de ser una colonia, la libre determinación y el gobierno de personas que nacieron en el territorio gobernado.
Se han escrito múltiples obras literarias sobre este período. Y en el campo académico, se han realizado -y se continúa haciendo- muchas investigaciones nuevas sobre el proceso independentista que comenzó el 10 de Agosto de 1809, derivó en la masacre del 2 de Agosto de 1810, que luego fue encaminándose hacia las luchas bélicas que terminaron con la independencia definitiva de lo que hoy es Ecuador, un 24 de mayo de 1822, motivo del Bicentenario, que este año celebramos sin la continuidad que debieran tener los actos fundacionales del país.
Aquel 10 de Agosto de 1809, los grupos ilustrados fueron los que urdieron el plan para crear la Junta Suprema de Gobierno. Pero aquella generación, que pudo ser valiosa para procesos políticos posteriores, fue diezmada. Quedó un vacío profundo en los albores de la construcción de este país. Los ecuatorianos de hoy debemos mirar en ellos, los padres y las madres fundadoras y sus ideales, y sobre todo ahora, cuando el país se atasca en una crisis no solo económica, sino moral y ética.