La imagen dice: Se ve a un hombre ataviado de shemagh blanco (que es la imagen que se ha mostrado lugareños de Catar) sentado en un sillón con una expresión de hastío. En sus manos tiene mucho dinero. Al frente está otra persona, bailando al son de la plata que entrega el millonario gordo. En la espalda de la persona que baila se lee: FIFA.
La caricatura, que lleva mucho estereotipos, resume también la visión que tienen los más críticos de cómo se ha organizado el Mundial. Recientemente, se ha aceptado que durante la construcción de los estadios murieron centenares de personas. La noticia, podría decirse, ha pasado casi desapercibida. Era obvio: una novedad así no generará un escándalo cuando la tendencia es hablar más sobre lo que ocurre dentro de los campos de juego que fuera de ellos. Ya ocurrió en el Mundial de Argentina de 1978; la dictadura de Jorge Videla “desaparecía” miles de personas a cuadras de distancia de los estadios que albergaban la Copa del Mundo, que finalmente ganó la propia Argentina.
Es un poco descabellado decir desde la comodidad de un escritorio que se pueden separar las cosas; que lo político y lo deportivo se dividen, que lo deportivo y económico están aislados unos de otros. En Brasil, durante el mundial del 2014, había un descontento social profundo. Se registraban fuertes protestas en contra del gobierno de Dilma Rousseff. El torneo futbolístico no detuvo la bronca de la gente; sí hubo una tregua momentánea. Brasil se eliminó y mucho solo dijeron que el fútbol es el reflejo de la realidad social. Y con esa lógica se puede decir que Catar ha mostrado que con dinero se puede organizar un torneo, pero que los lugareños no acogieron un certamen que para ellos resultó ajeno y, posiblemente, impuesto; por capricho de un proyecto gubernamental económico-político.
En la cancha han ocurrido sorpresas: eliminación de favoritos, engradecimiento de pequeños equipos, validación de estrellas y revelaciones. Pero eso siempre será un Mundial de la era moderna, donde las cosas imprevistas ayudan a mantener la emoción y alegría frente a los conflictos políticos.