Han, el filósofo surcoreano nos habla de desacelerar el tiempo que vivimos, volver a pensar en relatos con principio y fin, a transformarnos en sociedades teleológicas y teológicas capaces de dialogar entre las naturalezas, con la propia historia. Y son, laxamente, estos principios los que también animan el conjunto de obras de la XV Bienal de Arte de Cuenca.
En la casona de Remigio Crespo Toral, tres instalaciones extraordinarias nos interpelan: ¿Quiénes nos construyeron, visibilizaron y validaron como americanos? No fuimos nosotros, fueron los otros quienes instrumentalizaron nuestras realidades disfrazadas de hallazgos científicos, hasta convertirlas en lugares de extracción de materia prima. La instalación de Fabiano Cueva (“El efecto Humboldt”) alrededor de las rutas y los archivos de Humboldt y Bonpland cuestiona desde el ahora las acciones colonialistas, lo auténtico del pensamiento científico, las fronteras amagadas de la Historia.
El eterno retorno al pasado y al museo como contador de cuentos, nos lo presenta Pamela Cevallos reeditando el hallazgo arqueológico de los “Gigantes de Bahía” (1966) perdido bajo la impotencia de las autoridades. Los “retornos” son implacables, vuelven los “gigantes” pintados de mil colores, alterados en los procesos de réplica para un mercado actual dispuesto a coleccionar todo. Los artesanos de la Pila colaboran con el proceso de replicar, la artista, de cuestionar la globalización capitalista.
Mas la Tierra y la Vida tienen su fin, la extinción quasi total queda en forma de urnas, ralladores, cajas de huevos, papel higiénico y otros objetos industriales. La ceramista Natalia Espinosa plantea -nuevamente en formato de museo- y a través de sus “Corrugados arqueológicos”, una humanidad resucitada por la invención, la inteligencia y la sensibilidad.
Este artículo de opinión se suma a estos espacios de reflexión, abandona la absurda inmediatez del tema político, la corrupción y la banalización de la misma existencia. Y por ello, supongo, es un editorial para no leer.