Pasan los años y las discusiones regionales parecen girar alrededor de los mismos temas (sin que ello signifique una buena noticia). Con motivo de la reunión de la Celac, por la que pasaron varios de los mandatarios latinoamericanos, sobresale que algunos puntos, como la pobreza y la desigualdad, siguen teniendo peso en los discursos y en las distintas agendas nacionales.
La desigualdad, que asoma su rostro algunas veces con más descaro que otras, sigue estando presente como una de las principales metas a resolver para América Latina, según se ha expuesto en la Cumbre de Quito. La realidad impone aprender de los errores y consolidar las transformaciones que han puesto de pie a nuestro continente frente al mundo, en un momento histórico donde a escala planetaria se redefinen las categorías de centro y periferia. El desafío planteado para los gobiernos de la región es poner en discusión esos condicionamientos, poniendo en valor nuestras identidades, con el objetivo de generar oportunidades para quienes más lo necesitan, reduciendo también las inequidades fronteras adentro.
En esta línea se manifestó el presidente Rafael Correa, quien al momento de referirse a las causas de la pobreza expuso que, precisamente, la desigualdad social y económica no se produce por escasez de recursos, sino como consecuencia de la mala distribución de los mismos. Y es que el hecho de que la región siga siendo la más inequitativa, evidencia que todavía los esfuerzos de las administraciones políticas necesitan ser profundizados.
La afirmación de Correa pone el foco en un lugar incómodo para la dirigencia pero al mismo tiempo marca el camino a seguir: Sí se puede (parafraseando el eslogan de campaña del presidente Obama, pero ya no en referencia a poder ganar una elección, sino a la posibilidad concreta de lograr países más igualitarios).
El 2016 será seguramente un año difícil en lo económico y, por ende, complicado para sortear desde lo político. Como bloque regional, las experiencias que han venido transitando los países de la región nos dan la esperanza de poder mirar al futuro con la convicción de que estamos avanzando por el camino correcto. Algunos de los líderes de América Latina han demostrado firmeza para reducir las brechas, pero el riesgo de retroceder es real y factible.
Negar las dificultades es tan necio como desacreditar los logros alcanzados. Necesitamos gobernantes que escuchen y corrijan el rumbo cuando se equivocan, pero que al mismo tiempo sostengan con firmeza la defensa de los sectores que necesitan de la mano del Estado; y pueblos libres que lleven un control de la gestión gubernamental y hagan oír su voz para que todos juntos podamos encontrar las soluciones a los problemas que nos toca atravesar.
Ecuador debe valorar todo lo conseguido, que no es solo mérito de un Gobierno sino una conquista de todos sus habitantes. No puede perder de vista todo lo alcanzado: la enorme reducción de la pobreza es un paso vital que se ha dado como sociedad, que debe sumar estos logros en clave regional, para poder avanzar hacia una mayor igualdad para la Patria Grande.