Aristóteles inventó la Lógica como la ciencia de todas las ciencias, por medio de la cual los seres humanos podemos enunciar juicios correctos y buscar la verdad. El estudio de la razón se enriqueció con Platón, a través de sus diálogos, y con Heráclito, el padre de la dialéctica, que pervivió durante siglos.
La Lógica hizo posible, más tarde, el desarrollo de la filosofía patrística en el medioevo, y dio luces para el advenimiento del Renacimiento y la Ilustración. Pero cuando se anunció el triunfo de la razón instrumental, por parte de la primera generación de la Escuela de Fráncfort, se intuyó el eclipse de la razón, que dio lugar a la “muerte” del raciocinio en manos de una diosa prodigiosa: la tecnología o ciencia aplicada (Lógica práctica).
Y en este estadio ha aparecido, sin darnos cuenta, un invento descomunal, gracias a la creatividad humana: la inteligencia artificial, que se basa en algoritmos, y su hermana mayor -la robótica- que revolucionan todo lo existente.
¿Quién controla o regula la inteligencia artificial y la robótica? Algunos gobiernos y también las transnacionales tecnológicas han expresado voces de alarma. Y cumbres mundiales se organizan con este propósito, mientras las Naciones Unidas proponen un “Pacto Digital Global”.
Y también los científicos han entrado en escena. El científico visionario Isaac Asimov en su libro “Círculo Vicioso”, un cuento de ciencia ficción, ha identificado tres leyes de la robótica: “Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño; un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera ley; un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda ley”. Más tarde, el mismo Asimov añadió una ley cero: “Un robot no puede dañar a la humanidad, o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daño”.
Adela Cortina, filósofa española, por su parte, en el libro “¿Ética o ideología de la inteligencia artificial?”, dice que “en nuestra sociedad tecnologizada, no basta contar con las redes sociales, porque conectarse no es comunicarse. Es necesario cuidar con esmero la palabra, para lograr una comunicación veraz. Porque al cuidar la palabra, cuidamos la democracia. Desgraciadamente, la verdad convive con la posverdad, y lo que peligra es, sobre todo, la veracidad; prevalece la mentira. Y las máquinas no pueden entender una mentira, según Rudyard Kipling; por eso los seres humanos podemos romper los puentes de la comunicación desde el engaño sistemático, desde la prostitución de la palabra…”
Si la democracia está, supuestamente, en peligro, por la razón instrumental, ¿qué podemos hacer los ciudadanos del Estado llano? Y si la degradación de la democracia, por obra del populismo revestido de totalitarismo y fanatismo, irrumpe los predios de civilización, ¿qué nos espera? ¿El eclipse de la razón ha terminado? ¡Es tiempo de despertar!