Cuerpos de damas, 1950. Jean Dubuffet masacra a las mujeres de esta serie, al punto que dan la sensación de querer salir en estampida de los lienzos y huir, desertar, perderse. No son líneas ásperas las que traman las figuras, son trazos brutales provenientes de lupanares y hospicios. Almas de mujeres mutiladas, violentadas, desechas. Una lava de erotismo revulsivo se riega por ellas y su entorno. Los observadores se alejan azorados como descubiertos en un acto culposo.
El propio Dubuffet pregonaba que su dibujo le debía servir para negar la posibilidad de que la figura asumiera formas definidas. Así, estas deambulan en un limbo, fantasmales e incorpóreas. Cuerpos de damas está trabajado no solo para fecundar su “artebruto”, sino como un fresco denunciatorio de cómo los seres humanos somos capaces de ultimar a otros. El formalismo –“la obra de arte debe conjugar apariencia y forma proyectando la perfección”–, que tantos cultores excepcionales tuvo Francia, fue vapuleado por el arte brutal de Dubuffet.
Dubuffet estudió las culturas extraoccidentales. Recorrió el Sahara, ¿proceso de ablución para no dejar vestigio en él de la cultura occidental? Absorbió el “arte primitivo”. Rescató la frescura traviesa de los niños y la insondable de los pacientes de manicomios. Su defensa de quienes viven amordazados, devolviéndoles su voz, fue denodada. Apreció el arte popular y lo convirtió en otra de las vertientes de su obra.
“Paciencia, algunos siglos/ y podremos quizás/ llegar a comprendernos”
Una de sus exposiciones aún acopia ensayos de críticos y reseñistas. Jean Dubuffet-Un bárbaro en Europa (2019-2020). ¿Qué significó su polémico título? ¿Apasionamiento por las culturas primitivas o a su encarnación de Atila de las artes en Europa? Baptiste Brun, comisario de la muestra, esclarece la inquietud. Dubuffet mantuvo amistad con Henry Michaux, autor de Un bárbaro en Asia, libro en el cual develiza que en otra cultura él era un “bárbaro”. Empeño de relativización de los valores, análogo al realizado por Dubuffet. De esta articulación emergió el título.
El caos que se produjo en la cultura occidental a raíz de la II Guerra Mundial fue aciago. En su reconstrucción, el arte se constituyó en uno de los vectores más eficaces. En este ciclo la presencia de Dubuffet con su “arte brutal”, o “marginal”, tuvo un papel singular. El hombre común es germen y sustancia de su vasta obra, y esta señal alentó a una sociedad que sentía los estragos de la derrota. El mundo visual de este artista emplaza al espectador a pensar en las ejecuciones artísticas como connaturales al género humano. Es un manifiesto a favor de la modestia y la humildad, situando al ser exento de todo particularismo.
Escenarios urbanos y lugareños rebosantes de vida. Sujetos que caminan, ríen, bailan de gozo. El carnaval para Dubuffet no es objeto de mofa sino de exaltación. Vuelco de valores. Desbrozo de marañas para conquistar el júbilo de vivir. Dubuffet descree de las nociones de belleza o de heroicidad. Pregona el tiempo de la banalidad festiva.
Funda amistad con Brassaï, fotógrafo del París profundo, se nutre de sus imágenes y recorre callejas y suburbios, registrando los grafitis –dibujos y frases de anónimos vagamundos de la noche– para incorporarlos a su creación visual. “Es en los muros/ Donde están las puertas/ Por las que se puede entrar/ Subir, y volar”, Eugène Guillevic.
El grafiti se torna nutriente de su creación visual, al igual que muñecos, máscaras, marionetas… Aprende a interpretar el acordeón (hay un ensamblaje en el cual aparece, apoyado en un muro, tecleándolo), con su parecido a Picasso que lo mortificaba cuando se lo recordaban. Pinta su autorretrato con rostro de payaso atribulado: ¿mención al narcisismo picassiano? Por su arte desfilan figuras pueriles, tiernas, triviales, desgarradas, crueles, deformes, desquiciadas, grotescas, absurdas…
El gran circo humano llevado a sus soportes en los cuales aniquila el aburrimiento gracias a sus malabares pictóricos. En cuanto a la resolución de sus texturas: lacera, raya, tacha, refriega, como si fueran las hoscas cavernas de la humanidad paleolítica. Cuerpos de damas es la serie siniestra de este mago que, aparte de esta procesión de figuras monstruosas –continúan suscitando repudio y asco–, crea un fantástico y divertido espectáculo en el cual retozan risa y fastidio, sueños y furores, opresión y menosprecio para quienes se detienen en los centenares de obras que legó a su fundación, en la cual debe habitar su ánima, correteando, tocando el acordeón que tanto quiso.
“… hemos llegado a las puertas de la Ciudad,/ De la ciudad importante/ Estamos ahí, no hay duda. Es ella de verdad./ Todo lo que sufrimos para llegar… y para partir/ Desatarse con lentitud, fraudulentamente, los brazos en la espalda”, Henri Michaux.