Sí, la unidad de los sectores contrarios al oficialismo parece una meta imposible. Es probable que se inscriban entre 7 y 9 binomios presidenciales para las próximas elecciones, con lo cual tendremos un número similar o mayor de listas para la Asamblea.
En un escenario de tanta fragmentación, Alianza País (AP) podría ganar la Presidencia en primera vuelta y de seguro copará los escaños legislativos. Las reglas electorales vigentes benefician desproporcionadamente a la primera minoría.
Podría muy bien darse el caso de que en primera vuelta más del 50% de los electores vote por un binomio presidencial distinto al que quede primero, si es que este, debido a la enorme fragmentación del campo contrario, saca una ventaja mayor del 10% al segundo.
El caso de las elecciones legislativas es aún peor. El método de asignación de escaños, reformado a su beneficio por AP en 2012, premia tanto a la primera fuerza electoral, que en las elecciones legislativas de 2013 el oficialismo logró en ciertas provincias llevarse todos los representantes con votaciones apenas superiores al 50%.
En síntesis, en un escenario electoral disperso, el desperdicio del voto opositor es el mejor aliado del oficialismo. Allí reinará AP, así escoja sus candidatos de entre las ruinas del movimiento que alguna vez fue.
Siendo así, ¿por qué, entonces, los sectores de oposición insisten en su lógica de fragmentación? ¿A qué responde la persistencia de discursos divisionistas o el lanzamiento de precandidatos para que la esquiva unidad se dé en torno a ellos? ¿Es este un problema de estupidez o masoquismo político de parte de los opositores?
Muchas razones responden a estas preguntas, incluidas una buena dosis de ceguera, vanidad, sobreideologización y estupidez, además, por supuesto, del indigno chantaje presidencial de que los pobres, los indígenas, etc. no pueden unirse con la llamada derecha.
La principal razón, empero, no está ahí. Se encuentra en la agudísima despolitización, apatía, rechazo a todo lo que sea político de un segmento muy importante de la población ecuatoriana.
Esos ecuatorianos que odian a todos los políticos, que detestan todo lo que se arregle alrededor de ellos, han sido los grandes electores de los últimos procesos electorales de nuestro país, desde Lucio Gutiérrez hasta Rafael Correa.
Esos ecuatorianos castigarán en las urnas a las distintas opciones electorales si ven mezclados al perro y al gato e, incluso, podrían optar, como lo han hecho en la última década, por los candidatos de AP.
En realidad, ahí radica la mayor oportunidad del oficialismo, más que el propio ventajismo que le otorga las reglas electorales. Es que en el Ecuador no hay polarización, como lo sostuve en mi columna de la semana pasada, y ese es el drama de la unidad.
¿Es esta tendencia reversible? ¿Podría cambiar este escenario hasta febrero de 2017? Difícil pero no imposible. En política casi nada escapa a las posibilidades. Y allí los dirigentes políticos democráticos tienen mucho por hacer. Y, por supuesto, hay que ver qué pasa con la economía.