Argentina es un país inverosímil. Un gobierno fracasado que tiene 150% de inflación anual, más de una docena de tipos de cambio, casi la mitad de sus habitantes en la pobreza, con un presidente irrelevante y una vicepresidenta condenada por corrupción, designa a su ministro de economía, Sergio Massa, como candidato presidencial y gana la primera vuelta electoral.
La oposición, unida bajo el membrete de “Juntos por el Cambio” parecía condenada a una victoria aplastante sobre el populismo de izquierda. Sin embargo, aparece otro populismo, uno de derecha, más vocinglero y audazconducido por Javier Milei, deslumbra a unos y asusta a otros, pero gana el derecho a disputar el poder en segunda vuelta.
El populista de izquierda ha paseado el país repartiendo dinero que imprime por miles de millones como si fuera dueño del gobierno y dueño del país. El populista de derecha ha paseado con una motosierra en la mano como símbolo de la desmembración del Estado para liberar al ciudadano. Los dos asustan al mercado.
Argentina ha repetido los fenómenos que provocanperplejidad entre políticos, académicos y estudiosos de la sociedad: desinterés por las ideologías y programas; una extraña mezcla de desprecio a los políticos con una facilidad para sucumbir a sus engaños; la banalización de la política por parte de los estrategas y la inutilidad de las encuestas para anticipar los resultados.
También ha pintado con nitidez la distancia sideral entre los intereses políticos y los intereses ciudadanos. Funcionarios corruptos que pasean en Yates exhibiendo con desvergüenza el dinero de la corrupción, mientras los pobres saquean la mercadería de un camión volcado que transportaba patatas.
La renovación de la política es indispensable para salvar a los políticos y para salvar a los pueblos. Si toleramos la mentira y la violencia; si la lucha política es por el botín y no por el bien común; si la picardía es más valorada que la inteligencia y la bondad, no hay futuro.