La política exterior es parte esencial de la identidad del Estado. Su construcción es un continuum a lo largo del tiempo; un acervo ético jurídico que incorpora postulados y normas básicas del derecho internacional y de la convivencia civilizada entre naciones.
Así concebida, «la política exterior del Estado ecuatoriano» constituye un patrimonio de valores y principios permanentes de la relación internacional y no -como creyó el correísmo- una hechura a medida de sus intereses ideológicos.
Semejante desenfoque hizo que el Ecuador perdiera el prestigio ganado gracias a su adhesión histórica a preceptos inalterables del derecho internacional. El mañana juzgará con severidad al atrabiliario canciller correísta que lideró una desaforada campaña para tratar de destruir el sistema interamericano de derechos humanos. Y a aquel otro -de nombre extranjero- que osó dar lecciones de derechos humanos a expertos independientes de las Naciones Unidas.
Pero seamos justos. Si nuestra literatura no tuvo suerte, la década correísta llevó al Ecuador a ocupar un lugar relevante en el «boom» populista latinoamericano. Trató de igual a igual con eminencias como Castro, Lula, Chávez, Kirchner, Morales, Ortega y con autócratas de otras antípodas. Aportó estrategias y posiciones novedosas, dignas de un examen de laboratorio más que de las ciencias políticas: técnica de autogolpe de Estado, metida de mano en la justicia, maquillaje de la deuda externa, asilo al mayor «hacker» mundial -otorgándole, además, nacionalidad y estatus diplomático-, tolerancia cómplice frente a déspotas asesinos, voto ignominioso a favor de Siria en la ONU, venta anticipada de riquezas de los pueblos indígenas por préstamos onerosos, ciudadanía universal, pavimentación de la corrupción con megacarreteras, permisividad narcoguerrillera en la frontera norte, uso de la valija diplomática para drogas, demolición de la Academia Diplomática, establecimiento de «embajadas pulpo» a cargo de pluri-embajadores y esa suerte de cooperación «caritativa» (la madre Teresa la habría envidiado), consistente en la generosidad con que el canciller Patiño distribuyó casas y escuelas en los suburbios cubanos empobrecidos con el dinero de los ecuatorianos. La lista es larga. Pero debido a estos méritos, el Ecuador entró al club de muchachos buenos de la seudo izquierda, que son todos los que predican la verdad absoluta y median entre gobiernos autoritarios y el sufrido pueblo, con bendición papal incluida. Si alguna vez hubo el complejillo de que el Ecuador era un país pequeño y sin peso regional, esto dejó de ser un postulado irrebatible.
El correísmo convirtió la política exterior del Ecuador en politiquería externa del régimen. Urge recuperar «la política exterior del Estado ecuatoriano» en defensa de los intereses permanentes de la nación.