La gente está disgustada con la economía. Y decir “disgusto” es una manera de guardar las formas, una manera de evitar las malas palabras. Lo triste es que hay suficientes razones para estar disgustados.
Arranquemos con lo más importante, el crecimiento. Si hacemos memoria, la economía ecuatoriana tuvo un período de gran crecimiento inmediatamente después de dolarizarnos. Entre 2001 y 2006, el PIB creció al 4,9%, en un evidente contraste con lo que había pasado en las dos década anteriores, las tristemente célebres “dos décadas perdidas”.
Luego, entre 2007 y 2014, cuando el petróleo estuvo en niveles nunca antes vistos, pero la economía estuvo mal manejada, el PIB creció al 4,3% anual, lo cual tampoco está mal. Pero hace cinco años, a fines del 2014, el precio del petróleo empezó a caer, y como el modelo económico se basaba en altísimos precios del crudo, todo empezó a venirse abajo.
Incapaz de vivir con un petróleo menos caro, la economía se desaceleró, llegó a contraerse y sigue sin levantar cabeza. Usando las proyecciones del Banco Central y del Banco Mundial, se puede calcular que, entre 2015 y 2020, la economía crecerá al 0,5% anual, lo cual es un frenazo frente al pasado y una contracción a nivel per cápita (ante una población que crece al 1,8% anual).
Si una economía que no crece, deja de crear empleo. Y es en el mercado laboral donde la mala situación es más evidente. En septiembre de 2014, la suma de personas desempleadas y en empleos no adecuados era de 3’730.000. Gracias al estancamiento que tenemos desde esa época, a septiembre 2019, el número de desempleados y de empleos no adecuados era de 5’150.000. En cuestión de cinco años, creció en 1’500.000 personas.
Es importante repetir ese dato. En el transcurso de cinco años, el número de personas con empleos mal pagados (en gran parte informales) y de personas que no tiene trabajo aumentó en un millón y medio. Para agravar la cosa, el número de empleos adecuados ha caído en este período en unos 200.000.
La diferencia se explica por el crecimiento poblacional y la trágica conclusión a la que se llega es que el Ecuador ha sido incapaz de crear empleo para sus jóvenes.
Con eso se entiende perfectamente el nivel de “disgusto” económico que hay en el país. Una economía estancada, que no crea empleo para su gente es una economía que no ofrece esperanza para su pueblo.
Y un pueblo sin esperanza es como una olla de presión que busca mecanismos para liberar tensiones.
Un espacio para liberar esas presiones serán las elecciones del 2021 cuando, luego de seis años de mal desempeño económico, los ecuatorianos elijan al sucesor del actual Presidente. Ojalá lo hagamos con sólo con disgusto y no con furia.