Estaba escrito. El senado de Brasil destituyó a la presidenta Dilma Rousseff. Michel Temer es el presidente y afronta grandes retos.
El ‘impeachment’ es una institución consagrada en el derecho de Brasil y un juicio político no es cosa común pero está entre lo previsto cuando se atiene a las reglas del juego del sistema democrático. Además el proceso es largo y un presidente imputado tiene todo el derecho de ejercer su defensa, exponer sus argumentos y hasta lograr la absolución. Es decir que si los argumentos de la presidenta eran contundentes hasta podría – en un caso supuesto – haber recuperado su solio que tuvo que abandonar en mayo hasta la substanciación definitiva en la Cámara alta cuyo desenlace conoce el mundo. Con 61 votos a favor y 20 en contra Dilma fue despojada de su cargo.
Atrás del proceso hay todo un entramado complejo que vale repasar. La principal acusación para el impeachment es la manipulación o maquillaje, de las cifras de la economía, con la cual al final de su primer mandato Dilma mostraba signos de eventual recuperación económica, en un país atravesado tradicionalmente por la injusticia social. Así Dilma logró ganar las elecciones con un margen ajustado y cuando parecía que iba a perder por la inminente crisis. Sin embargo luego hubo de tomar una serie de medidas económicas distintas que acabaron tensando la cuerda del descontento social. Cabe recordar que antes, en la vísperas de la visita del entonces flamante papa Francisco, el estallido social copó las calles de varias ciudades y la violencia fue manifiesta. Luego en el Mundial de Fútbol otros focos de protestas populares fueron evidentes y las denuncias de corrupción por los gigantes elefantes blancos de estadios nuevos salpicaron el mandato de la presidenta Rousseff.
Dilma ganó en dos ocasiones las elecciones sin duda ninguna. Ella representó la continuidad del proyecto de izquierda del presidente Lula da Silva encarnado en el Partido de los Trabajadores. Lula fue un importante luchador sindical y en sus dos períodos seguidos logró disminuir el número de pobres y atender a amplios sectores marginados. Dilma iba por ese camino.
Pero al gobierno de Lula – que además tenía un liderazgo importante en el concierto latinoamericano – le empezaron a empañar los escándalos de corrupción. Esos escándalos y denuncias mancharon también a Rousseff que estuvo en Petrobras, empresa repartía obras con las gigantes firmas constructoras. Las constructoras repartían millonarias dádivas a los partidos. Los partidos a su vez financiaban sus campañas con esos dineros. El sistema funcionaba pero el problema es que los recursos acentuaban la inequidad. Eran dineros públicos.
Si no hay independencia de poderes para que la justicia investigue y condene la corrupción, si el congreso no puede fiscalizar, la depuración del sistema es imposible, si se lo hace como debe ser, no es, ni mucho menos, un golpe de Estado sino una limpieza indispensable para salvar la democracia.