Las autoridades económicas están frente a una encrucijada: saben, por un lado, que deben seguir gastando para que la economía no se estanque; y saben, también, que ese gasto provoca desequilibrios cada vez más graves en la balanza de pagos.
¿Qué hacer entonces? ¿Seguir gastando para que el aparato productivo no se paralice o reducir el gasto para que el déficit de la balanza comercial no ponga en riesgo a la dolarización? He ahí el dilema hamletiano del Gobierno.
A Hamlet se le aparecía un espíritu que le ponía al tanto de todo lo malo que sucedía a su alrededor y le exigía que hiciera algo al respecto. Indeciso sobre cómo enfrentar sus problemas, este joven decidió, en un primer momento, ignorarlos fingiendo locura hasta ver qué mismo hacía.
Algo similar ocurre con las autoridades económicas: tienen la certeza de que un volumen enorme de riqueza está saliendo del país por la vía de las importaciones y que no existen, en contrapartida, ingresos externos que compensen ese drenaje de fondos. A pesar de ello, han decidido ignorar ese problema. Ni siquiera lo mencionan de pasada. ¿Intentan, como Hamlet, ganar tiempo hasta decidir qué mismo hacer?
Lo único claro es que, más tarde o más temprano, deberán tomar decisiones porque la acumulación sistemática de déficit fiscales atenta contra la dolarización: ese déficit reduce el saldo de las reservas internacionales, es decir de los dólares que el país tiene a su disposición para hacer funcionar este formato monetario.
Por el momento las autoridades han contratado deuda externa para evitar que esas reservas no caigan demasiado. Pero el Gobierno sabe que la deuda externa es una solución limitada a los desequilibrios de balanza de pagos, porque ese dinero finalmente tendrá que salir del país, cuando se pague el capital más los intereses.
¿Cuál es la solución de fondo a este problema? ¿Cómo se resuelve este dilema hamletiano? Las autoridades deben trabajar en una reducción planificada del gasto fiscal. Paralelamente, deben diseñar una política más ambiciosa de promoción de las exportaciones –ahora se las quiere gravar con un impuesto presuntivo– y tienen que dar un giro de 180 grados a su política respecto a la inversión extranjera, para que ella retorne al Ecuador.
Si hacen aquello se fortalecerán las reservas –y, por tanto, la dolarización– y el aparato productivo seguirá funcionando, esta vez no con gasto corriente sino con inversión productiva.
La reducción del gasto tendrá costos políticos inevitables que deberán ser administrados por el Gobierno. Las autoridades deberán recordar que cuando Hamlet finalmente decidió enfrentar sus problemas, empuñó su espada y estuvo dispuesto a recibir algo más que un par de rasguños…