Debe ser complicado encontrarse en la situación del gobierno en funciones. Se acerca un nuevo período eleccionario y enfrentan la seria posibilidad que el poder se les escape de su control.
Ante ese escenario debe surgir la pregunta ¿mejor al mando o en un estratégico repliegue? Si continúan al frente del poder necesariamente les corresponderá gestionar la época de vacas flacas, sin recursos y poco margen de acción para conseguir financiamiento externo. Si buscasen imponer nuevas medidas tributarias que acentuarían aún más las dificultades de la precaria situación económica existente, crearían un ambiente adverso a la inversión con lo que las posibilidades de recuperación futura desaparecerían tempranamente. Si no actúan a tiempo los problemas podrían agravarse y la popularidad, como se está demostrando al momento, se diluiría prontamente. Tampoco contarían con la ventaja legislativa de la que gozan ahora, pues se prevé una asamblea fraccionada en donde la necesidad de alcanzar acuerdos para cualquier actor político luce inminente. Administrar en esas condiciones será la otra cara de la moneda de la que han estado acostumbrados hasta el momento, donde han realizado lo que se les ha antojado. Pero la parte buena sería que tendrían que preocuparse muy poco porque nuevos funcionarios públicos entren a levantar la alfombra sobre lo que fue su tan promocionada gestión y que se puedan encontrarse con que la misma no fue lo virtuosa como proclama la propaganda. Adicionalmente no perderían sus cómodas posiciones que por una buena época les ha permitido más de un gustito.
Si pierden, mirarían desde el graderío como el nuevo gobierno buscaría poner correctivos para que las cosas no empeoren y con ello salvarían su capital político, pues el costo y desgaste de la crisis lo asumirían las nuevas autoridades. El sueño de volver al poder podría empezar muy temprano. Si además consiguen un buen número de representantes en la Asamblea podrían dificultar cualquier acción fiscalizadora y entorpecer modificaciones a la estructura institucional, copada por sus simpatizantes, que dejarían como herencia.
Pero estarían fuera al menos por un tiempo y nadie les podría asegurar su retorno, peor en un país tan inestable como el nuestro en donde cualquier imprevisto puede trastocarlo todo.
Ante esas alternativas, indica la lógica, harán todo lo que esté a su alcance para intentar retener el poder. Lo único cierto es que esta situación deberá ser resuelta únicamente por los votantes al momento que acudan a las urnas.
En esta disyuntiva el electorado tiene una responsabilidad histórica. Le tocará decidir si desea continuar con lo que ha sido una gestión equivocada del manejo de la cosa pública la que ha conducido al país a una delicada posición, o buscar otro rumbo y tratar de enderezar el entuerto causado. Basta saber si sucumbirá ante el bombardeo publicitario o si se despojará de la venda que por tanto tiempo le ha impedido ver una situación que avanza hacia lo crítico.