Bien decía el líder negro y defensor de los derechos civiles, Martín Luther King, que lo preocupante en una sociedad no deben ser las actitudes de los malos sino el silencio y la indiferencia de los buenos. Una sociedad democrática necesita de una ciudadanía bien informada, que conozca la realidad completa para que no sufra engaños con discursos demagógicos de quien sea; que decida libremente lo que le diga su conciencia, pero con cabal conocimiento de causa, no inducida por nadie.
Más aún en una época en la que pesa más el miedo, el silencio cómodo pero cómplice, que construye hoy relativa tranquilidad pero hipoteca el futuro. Esta actitud es transversal en casi todos los sectores e incluso se desarrolla con plena comprensión de una realidad que busca a cualquier precio la derrota del opositor y no el diálogo, la mediación y la concertación. Son valiosos los áulicos que solo aplauden los actos del poder y son enemigos y opositores los que osan discrepar y cuestionar algo.
Resulta lamentable que el acomodo momentáneo (no es eterno) implique la ganancia temporal; en muchos casos se destaca por la obra física y la ayuda económica existentes, a costa del sacrificio de la dignidad, los méritos y el decoro, que debe exhibir una persona. Todo ser humano es libre de hacer lo que quiera, goza de derechos pero también tiene obligaciones consigo mismo y con mayor razón con su familia, hijos y nietos. ¿No es irresponsable dejarles un mundo más conflictivo y con mayores problemas de los que recibieron? Sus actos edifican una nación y su silencio contribuye a su destrucción. Una sociedad democrática en construcción no tiene una verdad única de nadie (ni de quienes ejercen el poder ni de los opositores ni de los medios de comunicación) y peor si se intenta imponer a rajatabla, incluso por sobre el ordenamiento jurídico. No hay razones ni explicaciones. O se suman o se callan.
La conducta del silencio para sobrevivir no es de todos. Existen empresarios, industriales, comerciantes, profesionales, sacerdotes y madres, funcionarios, trabajadores, campesinos, pequeños comerciantes y muchos otros ciudadanos dignos. Militares y policías dignos (la mayoría). En el pasado, unos sacrificaron carreras a costa de valores y principios; otros oficiales y coroneles que no llegaron a generales y se fueron con la frente limpia y en alto, sin hipotecar su conciencia frente a las injusticias. Generales profesionales destacados pero también otros sin dignidad que se quedaron silentes a cambio de prebendas propias del rango. No se trata jamás de atentar contra el orden jurídico pero sí de defender principios porque los cargos y jerarquías son temporales y a la vuelta de la esquina se pasa al estado llano y señalados por la historia por la contribución que dieron a la herencia de país.